Revuelo.
Érase una vez la historia de las verdades que un día fueron y el revuelo de las verdades nuevas, las postverdades y otras mentiras.
Estaba un poco despistada aquella mañana y por eso había decidido calzarse sus zapatillas y responder a la llamada del sol que se colaba por las ventanas de su apartamento regalándose un paseo de domingo pero el aire fresco no había despejado su cabeza como pensaba que haría, había incluso incrementado el revuelo de ideas y conceptos con el que se había levantado y al que no lograba poner calma ni orden; decidió entonces caminar de vuelta a casa rindiéndose a la evidencia de que o bien se le estaba escapando algo o Raymond Reddington tenía razón y la verdad ya no importaba (ni tan siquiera importaba ya la postverdad -el modo ‘moderno’ de llamar a la mentira y la manipulación-), sólo importaba lo que el gobierno (y los poderes en general) eran capaces de vender como verdad…
Aquella idea era inquietante pero ¿cómo entender si no que alguien pudiera defender la democracia por encima de la ley (de una ley nacida, además, de la democracia? pero así era y por eso se preguntaba si en el nuevo orden de cosas bastaba que algo se decidiera votando para que se convirtiera en un axioma indiscutible… lo cierto es que había gente que olvidaba que a Hitler lo habían votado (con v, que no con b…).
Claro que no se trataba sólo de eso… pasó frente al kiosko y sucumbió a la tentación de comprar un par de periódicos del domingo, tal vez entre editoriales y noticias encontrara algo que le hiciera entender tanto como no entendía del mundo en que vivía; la terraza del café supuso una segunda tentación a la que no pensaba resistirse y se sentó al sol, pidió un café doble y comenzó a leer los titulares de los periódicos. Poco nuevo, pensó.
Y entonces vio un titular que hablaba del 8 de marzo; bebió un largo trago de café aun sabiendo que estaba excesivamente caliente porque ni así, ni con café doble e hirviendo, lograba tragar lo que le había ocurrido el día antes a cuenta del próximo 8 de marzo; caminaba por el centro con un par de amigos de toda la vida, los tres reían a cuenta de aventuras pasadas y de sueños futuros y los tres pasaron frente a una mesa informativa del 8 de marzo en la que había como unas 6 mujeres; estaban a la puerta del mercado y había mucha gente por la calle, era sábado por la mañana, hacía sol y había recados y compras por hacer.
Observó a las seis mujeres que, con camisetas moradas, revoloteaban alrededor de la mesa colocando papeles y se fijó en cómo miraban a su alrededor, era la suya una actitud de búsqueda que llamó su atención… Vio como cada una de ellas cogía un taco de panfletos y se alejaba dos pasos o tres de la mesa, todas miraban de modo inquisitivo hacia la gente y entonces se dio cuenta de lo que estaba pasando: sus dos amigos pasaron junto a las mujeres sin que ellas apenas los miraran, una de ellas incluso abrazó hacia sí misma, como protegiéndolos, los panfletos que tenía en la mano; cuando fue ella quien pasó junto a las mujeres su actitud cambió, una de ellas se le acercó y le preguntó si quería información acerca del 8 de marzo. Ella se quedó plantada en la acera tratando de procesar en segundos lo que no lograba entender desde hacía demasiado tiempo.
Recordaba las intensas discusiones que había mantenido en su casa desde niña, la única niña entre un tropel formado por un hermano y tres primos, recordaba su ardorosa defensa de la igualdad entre ellos por más que muchos usos y costumbres de los que se imponían en su casa parecían significar lo contrario… y no se quejaba de ello, sólo exigía la misma libertad que ellos para decidir qué hacer con su vida, sólo decía una y otra vez que ser chica no tenía que significar que tenía que llegar una hora antes a casa o comenzar a salir tres años más tarde, se negaba en rotundo a aceptar su seguridad y su protección, además del sutil alimento del miedo, como herramientas para coartar su libertad.
Ahora, décadas más tarde, seguía en el mismo punto, defendiendo la igualdad y su libertad pero al pasar frente a una mesa del 8 de marzo se encontraba con que quienes organizaban las celebraciones de ese día sólo se dirigían a las mujeres, a los hombres ni tan siquiera les repartían el panfleto, sólo nosotras…
Miró a la mujer que le ofrecía el panfleto, le respondió con un escueto –no, gracias– y siguió caminando tras sus amigos sintiendo las miradas recriminatorias de las mujeres en su espalda; –¿por qué no lo has cogido?– le preguntó uno de sus amigos –porque no lo entiendo– respondió ella –no entiendo que se pongan en la puerta del mercado y que sólo repartan los panfletos a mujeres– respiró hondo y se encogió de hombros con cierta resignación –no lo entiendo, de verdad, no entiendo la teoría ésta de que ahora nos toca mandar a nosotras por ser mujeres, la igualdad no iba de eso… iba de tener la libertad de hacer lo que nos diera la gana, como vosotros, y no entiendo como repartir panfletos del 8 de marzo sólo a mujeres ayuda a eso-.
–Nunca has sido muy corporativista, ¿verdad?– le preguntó uno de sus acompañantes –¡no!– respondió casi dando un brinco –ser parte de un colectivo, de cualquier coletivo, no te hace mejor ni peor persona, no te hace más importante, te hace sólo eso, parte de un colectivo-.
Recogió su par de periódicos y caminó el trecho que todavía le faltaba para llegar a su apartamento, lo hizo sonriendo con cierta ironía y con cierto lamento.. sus compañeros de café del día anterior tenían razón, había un colectivo que sí marcaba caracter, el de los políticos, unos decían lo contrario de lo que hacían y otros hacían lo contrario de lo que decían (siempre en función del poder que ostentaran o pudieran llegar a ostentar), todos y todas, sin distinción… claro que tenían su público, todos y todas.
Entró en casa, se dejó caer sobre el sofá y comenzó a asumir que o bien apagaba su capacidad crítica y se unía apasionadamente a un colectivo, el que fuera, o tendría que convivir con el revuelo que campaba por su cabeza durante largo tiempo porque el suyo era el tiempo que Raymond Reddintong había definido mejor que nadie… el tiempo en el que la verdad en sí no importa, importa lo que se puede vender como verdad.