Presente.
Érase una vez la historia de un hombre solo que, con su sencilla y difícil existencia, ganó un poco de tiempo para el mundo.
El presente es lo que queda del futuro cuando el pasado ya se ha ido, lo sabía pero una y otra vez caía por la misma pendiente, una en la que la vida transcurría a tal velocidad que el presente era un mero suspiro y el futuro se convertía en una meta constante que un buen día (o no tan bueno) se cruzaba con más pena que gloria… claro que llegados a ese punto ¿qué importaban ya las penas o las glorias? No. No quería seguir viviendo pendiente abajo, ese era el camino fácil pero también el absurdo, el de la mera adrenalina y satisfacción constante, superficial a más no poder y tan vacío como sólo podía estar un camino arrasado día a día por una sociedad tan superficial como él, tan vacía como él, tan insatisfecha, revuelta y rebelde.
No. No quería ese camino. Quería el difícil aunque la miraran raro, quería ir pendiente arriba. Era un camino más duro y más intenso pero también mucho más rico, a su alrededor crecía la hierba y también las flores, había árboles bajo los que cobijarse del sol intenso y se percibía un aroma fresco y puro. Era duro, sí, porque mirabas hacia adelante y sólo veías una pendiente pero ¿y si era cierto que sólo las cosas que costaban esfuerzo merecían la pena? No. No pensaba seguir rodando pendiente abajo, cuidándose de los resbalones y cargando el pasado a su espalda camino de un futuro que no podría degustar porque, a la velocidad que bajaba la pendiente, no le daría tiempo apenas a percibirlo.
Era un simil simple y cabe que por ello un poco absurdo pero también por esa razón, por su sencillez, lo sentía cargado de razón; ¿a santo de qué había que volar pendiente abajo? porque era lo que hacía todo el mundo, porque era lo que se esperaba de ella, porque la vida era así, porque era lo más seguro y lo más ‘normal‘… Ninguna razón resultaba lo suficientemente convincente.
Entonces vio una noticia que la dejó poco menos que estupefecta: en las noticias de las 3 de la tarde hablablan de un hombre que vivía solo en un rincón supuestamente perdido del Amazonas pero la noticia no era esa, la noticia es que la existencia de ese hombre servía al gobierno brasileño como justificación para prohibir la agricultura y las actividades madereras en esa zona, la protección del mundo indígena era la excusa necesaria para proteger el pulmón verde del mundo… ¿sabía aquel hombre solo cuánto significaba su existencia para el mundo? probablemente no ¿sabía el gobierno brasileño lo absurdo que resultaba necesitar una excusa para proteger el pulmón verde del mundo? probablemente no ¿sabía el resto del mundo lo necio que resultaba su complacencia ante la conservación de aquel pulmón verde gracias al que el mundo todavía respira? Sin duda, no. Y si lo sabía le importaba un bledo, lo cual era todavía peor que la ignorancia. Y todo parecía tan normal.
Pero lo normal no siempre es lo bueno, es más, normalmente no lo es, lo normal es norma sólo porque es costumbre y hábito, ‘porque siempre se ha hecho así‘ pero eso, en realidad, no es normal, no es normal tirarse cada día por una pendiente magullándose un poco más en casa descenso hasta romperse del todo. Lo normal no era, no debía ser, convertirse en un rebaño que camina tras una zanahoria de cartón piedra a veces con ánimo complaciente y en otras ocasiones dando voces; lo normal debía ser pensar, decidir y hacer, mojarse, arriesgarse, caerse y volverse a levantar, lo normal debía ser vivir, no sobrevivir… porque, al fin y al cabo, el pasado ya no importa y tampoco importará el futuro si no degustamos el presente un poco cada día.
¿Y a santo de qué aquellos pensamientos aquel día? tal vez sólo pretendía recordarse que no valía lamentarse por las elecciones pasadas, por las cosas perdidas ni por los sueños malogrados porque, si se entretenía en eso, perdería la oportunidad de hacer elecciones nuevas y construir nuevos sueños.