Política.
Érase una vez una historia en la que los ratones coloraos demostraban no ser tan libres y avispados como se les suponía sino justo lo contrario ¿sería cosa de la censura? decía que no, que era sólo cosa de la política...
Caía la noche y se mascaba la tragedia en el parque cerrado ya a los humanos y no era para menos, se preparaba una gran rebelión de ratones en las alcantarillas de la ciudad… Una vez llegó a oídos del gran consejo tamaña fechoría, éste fue convocado al caer la noche en el parque, cuando nadie podría verlos ni oírlos, los viejos ratones sabían que sería una reunión terrible pero era el único modo de evitar el desastre, lo que ellos no sabían es que el desastre se estaba fraguando ya y no en las alcantarillas sino sobre el asfalto.
El ratón Pérez salió de su casa en pleno centro de Madrid una vez que ésta fue cerrada al público, no solía asistir a ninguna reunión política pero, consciente de la importancia de aquella, no lo dudó y se dirigió corriendo al parque asegurándose de que no llamaba la atención entre los traunseúntes (claro que nadie como él sabía hacerlo, siglos de experiencia le avalaban); afortunadamente era invierno, hacía frío e incluso los humanos tendían a recogerse entonces más temprano; por el camino se le unió algún ratón más pero procuraron caminar distanciados para no llamar la atención, vieron como algunos ratones domésticos seguían en sus jaulas, algunos llegarían tarde a la reunión, otros ni siquiera asistirían, ocurría siempre así con los domésticos, pensó Pérez, los que se creían un escalafón por encima de los demás ni tan siquiera se molestaban en abandonar el acomodo de sus jaulas por una noche y los que se decidían a hacerlo debían esperar a que sus dueños se retiraran a descansar, de ahí su retraso.
Para cuando Pérez llegó al parque la reunión estaba a punto de empezar, el gran consejo trataba de retrasar el comienzo de su reunión política en espera de los ratones domésticos porque habían llegado muy pocos, apenas un par de docenas, pero los ratones coloraos estaban muy alterados y se negaban a esperar un minuto más a los señoritos de las jaulas, los ratones de alcantarilla también estaban terriblemente alterados pero en aquella ocasión no hacían frente común con los ratones coloraos, aquello sorprendió a Pérez y lo intrigó tanto que apenas se percató de que la zona de los ratones de campo estaba más llena que nunca y hacía presión para retrasar el consejo hasta la llegada de los ratones domésticos.
–¡Atención!– dijo el ratón presidente del gran consejo –mientras damos un poco de tiempo a los domésticos para llegar– se oían los abucheos de los ratones coloraos por todo el parque –hagamos un resumen de la situación para que todos sepamos a qué nos enfrentamos– los ratones de alcantarilla aplaudieron y los de campo se acomodaron para prestar atención a las explicaciones del ratón ministro de asuntos urbanos.
–El problema al que nos enfrentamos– explicó –es que la comunidad de ratones coloraos ha multiplicado su población porque cada vez se unen a ella más ratones de alcantarilla– los coloraos aplaudían confirmando que ese era el problema mientras los de alcantarilla abucheaban como nunca, sin que apenas nadie se diera cuenta los domésticos iban llegando a la reunión.
–Con el crecimiento de esta población– continuaba el ministro para asuntos urbanos –cada vez okupamos más espacios y en los edificios en los que antes lográbamos pasar desapercibidos se nos ve y se nos oye más que nunca (porque somos más que nunca, claro)– se hizo un incómodo silencio y entonces el ministro para asuntos urbanos expuso el verdaero drama –lo que que nos trae hoy aquí es la constatación de que se están multiplicando las campañas de desratización y la población de ratones coloraos está en serio peligro-.
El ratón presidente propuso entonces un turno de palabra para que todos los grupos con representación en el consejo pudieran exponer sus propuestas, los primeros en intervenir, por ser los más afectados, fueron los ratones coloraos pero su propuesta no fue del gusto más que de sí mismos, quería devolver a las alcantarillas a todos los ratones que habían salido de ellas y habían okupado edificios abandonados como hacían ellos, algo ante lo que los de alcantarilla protestaron a voz en grito; los domésticos se quejaron amargamente tanto de los coloraos como de los de alcantarilla porque, según decían, todos ellos mancillaban su noble reputación, el revuelo ante sus comentarios fue magnífico; los de campo apenas conseguían que se les escuchara pero quería hablar y defender a los de alcantarilla, al fin y al cabo eran, en gran medida, compañeros suyos que habían dejado el campo en busca de una vida mejor.
La discusión fue elevándose y entonces Pérez entendió lo que estaba pasando, los de alcantarilla planeaban salir en masa a la superficie, lo que era una locura porque serían arrasados por los desratizadores, ellos y los coloraos, claro; entonces hablaron en legítima defensa los de alcantarilla y expusieron su problema, ante las lluvias incesantes que estaban cayendo aquel invierno, vivir bajo el asfalto se estaba convirtiendo en un deporte de riesgo, necesitaban ayuda y, si no la recibían, saldrían en masa de las alcantarillas.
Entonces Pérez decidió pedir la palabra, la suya era una voz muy respetada entre los ratones domésticos y también entre los de campo y, con su apoyo, consiguió que el ratón presidente del consejo callara a las ordas de ratones coloraos que lo miraban con odio y se dirigían a él con desprecio; una vez más, y no era la primera vez que lo hacía en una reunión política, trató de explicar que no había espacio para más ratones coloraos en la ciudad, que entre los humanos las ratones sólo podrían sobrevivir como ratones domésticos o, si lograban mantenerse en pequeñas poblaciones, bajo las alcantarillas y propuso que volviesen al campo del que, según su opinión, nunca debieron salir.
Los coloraos protestaron violentamente contra los domésticos, llamándoles a un tiempo esclavos y señoritos, los de alcantarilla se revolvían inquietos pero callaban, sabían que Pérez los había defendido en parte, debían controlar su población pero podrían quedarse, los de campo comenzaron entonces a protestar porque no tenían ningún deseo de acoger a los coloraos, que llegaban de la ciudad con muy malos modos y, a veces, peores intenciones, la ciudad era para ellos el infierno y de ahí sólo se salía muerto o siendo peor que un demonio, tan malo que ni la muerte podía con uno.
Pérez trató de hablar de nuevo pero se dio cuenta de que se había vuelto invisible para el consejo, es más, vio como desde las filas de los coloraos hacían señas al consejo para obviar a los domésticos, incluyéndole a él, así que abandonó su sitio y se fue por la parte de atrás para tratar de hablar con algún ministro del consejo y exponer su plan; lo cierto es que su plan no estaba mal pensado: tenía los planos de la ciudad, tanto los nuevos como los viejos, nadie la conocía como él y nadie como él sabía dónde los ratones podrían instalarse sin problema y donde no, también sabía cómo se recogía el agua de la lluvia en las alcantarillas y cuales eran las zonas más seguras durante el invierno pero todos sabían también que si se ceñían al plan de Pérez habría un buen número de ratones que tendrían que abandonar la ciudad (tanto ratones de alcantarilla como coloraos), él mismo lo había anticipado en su primera (y última) intervención aquella noche.
También los de campo vetaron la intervención de Pérez, sólo le dejarían hablar si ceñía su plan a la reubicación de los coloraos y los de alcantarilla, no si planteaba un éxodo de vuelta al campo –¡ésto es censura!– gritó Pérez indignado, pero sólo los domésticos le apoyaban, bastó eso, el apoyo de los domésticos, para que los ratones coloraos volvieran a la carga con ellos llamándoles de nuevo esclavos y señoritos mientras los de campo respiraban aliviados, el problema se quedaría en la ciudad y la solución les importaba un bledo siempre que no los implicara a ellos. Así era la política, le dijo el portavoz de los ratones domésticos rindiéndose a la evidencia.
Se había pasado el momento, pensó Pérez, ahora la reunión iba ya por unos derroteros terribles, los de campo abandonaban poco a poco el parque, los domésticos también, los de alcantarilla seguían amenazando con salir en masa de debajo de la tierra y los coloraos se empeñaban en hacerse fuertes sobre él, decían tener derecho a las casas que okupaban, más incluso que sus dueños, Pérez no daba crédito ¿es que no se daban cuenta de que esas casas las habían construído los humanos? ¡sin humanos ni tan siquiera habría ciudades ni desperdicios de los que alimentarse! ni deliciosos platos gourmet para los domésticos… pero nadie le hacía ya caso y no veía el modo de exponer su plan… –¡¿y ésto es democracia?!– exclamó impotente viendo como los bandos opuestos se aliaban frente a una posible solución, –es la política– le aclaraó un ratón miembro del gran consejo –¿la política?!– bramó Pérez –no te diré entonces lo que pienso de la política– añadió indignado de regreso a su lugar junto a los domésticos.
Se despertó de repente, de un brinco… se había quedado dormida en el sofá y el frío de la madrugada la había despertado, se rascó la cabeza pensando en el extraño sueño que había tenido ¿a santo de qué soñaba ella con el ratón Pérez? y entonces vio los periódicos sobre la mesa, todos estaban protagonizados por los asuntos de la política del momento y por el aniversario de Mickey Mousse y, a pie de página, había una pequeña publicidad de la casa del ratón Pérez, sonrió pensando en cómo y cuánto trabajaban las neuronas incluso cuando los humanos se rendían al sueño.
Se acostó inquieta al pensar que incluso en sus sueños el sentido común perdía la batalla, la verdad se desdibujaba entre un mundo de cosas inciertas y el no ver más allá de la nariz y el ombligo propio se imponía como estado de cosas.