Original.
Érase una vez la historia de una mujer que se negaba a pedir perdón o aceptar permiso alguno por hacer de su vida lo que se le ponía en los sueños. El suyo era un cuento en versión original.
Original, único y sin par. Así le gustaban las cosas, también las personas, detestaba las réplicas y las copias y elegía siempre las versiones originales por lo que tenían de auténticas, también por lo exclusivo de sus imperfecciones. Cabe que aquella fuera la razón por la que se sentía en el mundo como un verso suelto en un poema inacabado, la razón por la que su vida no tenía sentido en los cánones establecidos como perfectos para el siglo en el que le había tocado vivir, claro que con eso podía… hacía mucho tiempo que había comprendido que la vida no tenía más sentido que el que cada uno quisiera darle y le preocupaba bien poco encajar mejor o peor en un mundo que entendía sólo a medias y le gustaba todavía menos. Con lo que no podía era con los cánones establecidos, no había soportado los que le imponían de niña, tampoco soportaba los que pretendían imponerle ahora que había alcanzado, cabe que incluso superado, la mitad de su existencia.
Mientras se preparaba un café con leche y un toque de canela recordaba que aquella manía suya de huir del mundo y abrazar la soledad no era algo nuevo, venía de lejos, ya de niña acostumbraba a encerrarse en su cuarto y a esconder la cabeza en libro, por eso reía cada vez que su hermana lamentaba que su hijo hiciera lo mismo, coger un cuento e irse a un rincón lejos de los demás niños –ha salido a su tía– solía decirle para mortificarla –has tenido un perro verde, querida, pero tranquila, sobrevivirá a tus histerias, yo lo hice…-.
Mientras disfrutaba de la agradable sensación del calor de café en su boca y el regusto final a canela, se preguntaba por qué tenía que ser así, por qué siempre tenía que haber una pauta común para todo y para todos, por qué incluso el feminismo, siempre bandera de libertad y equidad, parecía no admitir ahora disidencias al no aceptar diferentes lecturas de su relato, llevaba dándole vueltas en su cabeza desde que había visto a Glenn Close recoger su Globo de Oro recordando a su madre, amante esposa y devota madre de sus hijos que a los 80 años sentía que no había conseguido nada en su vida… y decía Glenn Close primero que las mujeres deben perseguir sus sueños, y después que se les debe permitir perseguir sus sueños.
No podía estar más de acuerdo con lo primero, consideraba los sueños como el motor de la vida pero detestaba la segunda parte… ¿por qué tenía que permitirle nadie nada a ella? ¿tenía que permitir alguien también a los hombres perseguir sus sueños? aquel permiso pedido entre lágrimas, por más que tuviera tono de exigencia, le parecía la aceptación tácida de un estado de cosas ya caduco. No, no esperaba permiso alguno para perseguir sus sueños, por eso ni tan siquiera lo pedía ni sentía que tuviera que hacerlo.
En esas estaba, sin lograr quitarse de la cabeza aquel permiso innecesario cuando se dio cuenta de que no era sólo eso lo que la incomodaba, no sabía si era la canela o el café pero de repente se dio cuenta de como aquel discurso colocaba a las mujeres que anteponían su vida personal a la profesional en una posición que le parecía hilarante… ¿eran fracasadas de antemano porque no iban a conseguir nada? ¿conseguir algo era tener una vida profesional magnífica? no para ella… se podían perseguir los sueños de muchas maneras y era ahí donde estaba su discrepancia ¿dónde había quedado la idea original y primera del feminismo? ¿dónde estaba la exigencia de libertad y equidad por encima de todas las cosas? ella, como tantas mujeres antes y también ahora sólo quería hacer lo que se pusiera en ganas y en los sueños con su vida sin pedir perdón ni permiso, sin sentir que traicionaba premisa alguna por hacerlo, sintiéndose libre vivir su vida a su santa voluntad… fuera cual fuera esa voluntad.
Sonrió ante su segundo café del día al darse cuenta de que lo ocurría era, más o menos, lo de siempre, siempre volvía a la versión original de las cosas, también de las películas e incluso de las series de televisión porque en esa versión original solía encontrar la esencia verdadera de las cosas, su autenticidad.