Narciso.

Narciso bien podría haber sido el hombre en busca de sentido... pero el sentido debió serle esquivo y se convirtió en el hombre en busca de venganza, en el hombre rabioso.

Narciso era un tipo muy largo y estirado, además caminaba siempre con la cabeza muy alta, como si estuviese mirando al cielo, y engolaba la voz aunque solo fuese para decir buenos días o buenas tardes; maleducado no es– decían algunos –educado tampoco– apostillaban otros; no hablaba mucho, por no decir nada, pero tampoco parecía vivir aislado en su mundo feliz sino más bien pendiente de que todo el mundo sintiera su presencia; incluso se perfumaba exageradamente, con una fragancia muy empolvada de esas que no se van de la nariz durante horas, –¡ni que fuera el espíritu santo!– pensaba ella cuando entraba en el ascensor y, aun sin verlo, sentía su presencia.

Encorbatado y a golpe de pedal salía de su edificio cada mañana para regresar a media tarde tan repeinado y oloroso como se había marchado; no tardaba en salir de nuevo, calzando deportivas y a correr entre la gente, rozando ligeramente a todo el que se cruzaba en su camino incluso si la vía era amplia pero sin tocarse demasiado… y volvía después a casa jadeando, sudando a mares y oliendo a muertos empolvados para volver a salir más tarde, bien duchado y perfumado, nunca supo si a poner copas o a bebérselas.

Su perfume, su mirada, sus roces aparentemente descuidados pero perfectamente medidos, sus buenos días y sus buenas tardes… todo en él era como un grito lejano emitido desde un elevado pedestal que no parecía buscar el abrazo de la gente sino su aplauso, su admiración, su adoración… ¿y por qué había de merecer tal cosa? Ella todavía no lo había descubierto y el tipo le caía ya tan gordo que no tenía la más mínima intención de intentarlo.

A Narciso siempre le habían dicho que era muy guapo, se lo había dicho su madre y también su abuela, su primera novia en la guardería y la última en el instituto; y muy listo, también le habían dicho que era muy listo ¡inteligentísimo! Tanto que se aburría en clase, le costaba prestar atención… y de ahí la mediocridad de su expediente; no es que fuese vago ¡nada más lejos de la realidad! es que era muy listo… casi, casi nace aprendido-, solía decir su abuela. Casi. Le había faltado nada, un día de gestación o dos de incubadora a lo sumo para ser Einstein pero ahí estaba, con la carrera sin terminar, trabajando en un call center de día, en un bar de copas de noche y pagando a duras penas el alquiler. Eso sí, con toda su belleza e inteligencia a la vista del mundo.

Y entonces lo hicieron presidente de esta su comunidad.

Eran las 12 de la mañana y era domingo, el único día de la semana en el que ella admitía la pereza como pecado venial, y sonó el timbre; –¡no estoy en casa, vuelva más tarde!– gritó en silencio mientras arrastraba los pies y el cuerpo entero hacia la puerta; puerta que abrió sin tomar antes la precaución de ver por la mirilla quién la buscaba. Cuando lo tuvo frente a ella ya era demasiado tarde para todo.

El tipo se presentó con un soy el presidente que bien pudiera haberla dejado pasmada pero no, estaba ya bien despierta a aquella hora de la mañana y, además de hacer un gesto afirmativo con la cabeza, comentó de la escalera, sí. Narciso la miró con desdén y se mantuvo en silencio durante unos segundos, los justos y necesarios para que ella le preguntara si podía ayudarle en algo, entonces el tipo retomó el hilo¿ayudarme? No, no, para eso precisamente estoy visitando hoy a todos los vecinos, para ofrecerles mi ayuda y colaboración en todo lo que, como presidente, … bla bla bla.

Se quedó absorta escuchando su diatriba como quien oye el hilo musical, mirándolo como si no lo viera, preguntándose de que infierno se habría escapado; y se dio cuenta de que aquel hombre era solo una sombra, un cascarón vacío en busca de algo con lo que llenarse la vida. Entonces el vecino de enfrente abrió su puerta y salió al descansillo con paso ligero y decidido te voy a decir yo con qué nos puedes ayudar, presidente Narciso lo miró con su ego enaltecido por el tratamiento recibido pero la alegría le duró poco…

Hay un vecino que se perfuma como si no hubiera un mañana, terrorismo aromático es lo suyo, deja el ascensor insoportable, por mi como si se ducha con agua de colonia pero ¡coño! que no se meta después en el ascensor-, ella miraba al suelo, tratando de esconder una sonrisa incontenible mientras Narciso se apoyaba en un pie, luego en el otro, miraba la carpeta que llevaba en la mano, hacía como que apuntaba algo y comenzaba a mostrar cierto sonrojo en sus mejillas pero, por lo demás, no parecía darse por aludido; el vecino siguió con su lista de quejas: la bicicleta en el garaje que casi se colaba en su plaza de aparcamiento, las puertas que se cerraban con demasiado brío a horas demasiado intempestivas, el sonido de la caldera por las duchas de quienes no sabía si servían copas o se las bebían… La cara de Narciso era un mundo de luz y color, de rabia contenida, de incomprensión absoluta, de indignación, era el exacto reflejo de su alma ofendida pero, curiosamente, no alcanzó a hilar dos frases para responder al ataque frontal del que estaba siendo objeto así que fingió una prisa repentina y abandonó la reyerta.

No tiene ni media torta comentó el vecino peleón una vez Narciso hubo abandonado el ring, no apostilló ella ni tampoco es tan guapo. Pero cuando cerró la puerta sintió cierta inquietud porque se dio cuenta de que habían despertado a la bestia, el cascarón vacío que buscaba algo con lo que rellenarse por dentro acababa de inflarse de rabia…



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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

Narciso.

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