Nacidos para quejarse.
Érase una vez la historia del día en el que los nacidos para quejarse compartieron nieve con los nacidos para la gloria.
Se aseguró de que la ventana estaba bien cerrada pero subió la persiana hasta arriba y abrió del todo la cortina de modo que los tenues rayos de sol se colaban hasta el sofá en el que se había recostado… Sentía todos y cada uno de los músculos de su cuerpo pero no era eso lo que la había llevado a dejarse caer en el sofá como si fuera un fardo, el dolor de sus músculos frente a su calle transitable a pesar de la nieve no era nada, se arrepintió un poco de tener una pala en el trastero tras la primera hora de trabajo pero viendo el camino abierto en la calle se congratuló de ello… aunque seguía preguntándos en qué momento y por qué razón le había parecido buena idea comprar una pala, no lo recordaba.
Lo difícil no había sido dar con la pala ni retirar la nieve, menos aún hacerlo con los jovenzuelos de la calle y jugando a ratos a tirarse una o dos bolas de nieve, lo realmente cansado había sido compartir tarea con los de las quejas… el que se quejaba de la nieve, el que se quejaba de los vecinos que no retiraban nieve, el que se quejaba de que el ayuntamiento no mandara operarios a retirar nieve, el que se quejaba de que el gobierno regional no mandara quitanieves, el que se quejaba de que el gobierno de la nación no estaba, el que se quejaba de los niños que jugaban en la nieve, el que se quejaba de… ¿no resultaba ya bastante duro estar a palazo limpio con la nieve y contra el tiempo para hacer un camino por el que poder seguir echándose a la vida cada día antes de que el frío de la noche convirtiera la nieve en hielo y la calle en una pista de patinaje intransitable? ¿a santo de qué ese empeño en zaherirse y zaherir?.
¿Título de la película? le preguntó por lo bajo y al despiste su vecina del primero ¡Nacidos para quejarse! respondió sin dudar y sin levantar la voz, no fuera que la acusasen de delito de odio, o algo así…
Nacidos para perder, cantaba Sabina, y en aquella tarde de domingo tan luminosa como fría pensó que el tipo tenía razón, habíamos nacido para perder o al menos estábamos condenados a la derrota por una razón en el fondo muy sencilla: quien no lucha por aquello con lo que sueña, quien no pelea por lo que quiere conseguir, quien se limita a proteger lo que tiene, sea poco o mucho, y a quejarse amargamente cuando ese poco o ese mucho se ve puesto en riesgo por una pandemia, una nevada o el desastre natural o humano que Dios o el diablo tengan a bien enviar, se condena a sí mismo a la derrota, a perder, porque quien se deja robar los sueños se está dejando robar, cabe que sin saberlo siquiera, el futuro, un futuro además muy cercano…
Se alegró cuando la selección aleatoria de su particular hilo musical hizo sonar los acordes de Nacidos para creer; también pensaba que Amaia Montero tenía razón y no pudo evitar compartir su indignación ¡¿qué sabe nadie?! acabó pensado al más puro estilo Rafael… ¿Qué sabe nadie acerca de nadie? ¿quién eres tú para ponerle a nadie una etiqueta y clasificarlo como si fuese parte de un rebaño? ¿qué sabes tú acerca de por qué este vecino no lleva mascarilla o aquel otro no retira nieve? ¡cuánto le recordaba esa manía de etiquetar al personal a las mujeres que caminaran en su día con la A de adúltera bordada en el pecho…
Sonrió al pensar en el algoritmo que aleatoriamente elegía sus canciones para aquella tarde, lo hizo al darse cuenta de que estaba escuchando Nacidos para la gloria… ¿qué gloria? se preguntó… claro que a eso respondía Revolver, la gloria era vivir pero no de cualquier modo ni en cualquier dirección, vivir rumbo al amor con la misma determinación con la que los ríos discurren rumbo al océano…
Y recordó a Amaia Montero cantando aquello de ‘nacido para creer que morir de amor es vivir de pie’ y a Sabina cantándole al hombre del traje gris ‘de los nacidos para perder, no eres mi tipo… Y aquella tarde aprendí a correr‘.
No, no dejaría que los nacidos para quejarse le amargaran la nieve, ya lo haría el frío cuando la convirtiera en hielo, y por eso, a pesar del dolor de músculos, volvió calzarse las botas de montaña y a bajar a la calle dispuesta disfrutar de un día único en su vida, tan único como había sido el día anterior y como sería el día siguiente pero, probablemente, el más blanco de cuantos había vivido… Buscaría a los nacidos para la gloria y perdería con ellos las pocas fuerzas y las muchas risas que todavía le quedaban.