Muda.

Muda. Así se quedó cuando tenía solo 5 años. Y así seguía ahora que contaba 18...

Se quedó plantada como una seta en el marco de la puerta, muda, inquieta ante una estampa que había visto más veces de las que era capaz de recordar; su hija Rosana estaba tumbada en la alfombra, bajo la ventana, leyendo… Tenía 17 años y así pasada las tardes del domingo, y las del sábado, y las mañanas… la vida entera.

No siempre había sido así, pero casi. Siempre había elegido aquel rincón bajo la ventana de su cuarto para jugar, lejos de la vista de todos; allí su madre la había visto hacer puzles y leer cuentos, dibujar, hacer pequeñas construcciones de Lego, después maquetas y últimamente complicados mecanos y leer, leer la biblioteca entera. Los viernes por la tarde solía llegar a casa con libros nuevos, casi siempre los devolvía los lunes… salvo que quiera releerlos durante la semana.

Le gustaba estar en casa cuando Rosana llegaba los viernes, ese día entraba sigilosa, como siempre, pero al ver a su madre sonreía y le mostraba los libros que había sacado de la biblioteca como si fueran sus pequeños tesoros. Su madre soñaba con que un día entrara con una amiga pero siempre lo hacía sola y si se le preguntaba por amistades torcía el gesto.

Eso era de lo poco que contaba al mundo de sí misma, lo que se podía deducir de la sonrisa de los viernes y de la mueca de disgusto cuando le hablaban de cosas que no eran de su interés o cuando la interrumpían… todos en casa sabían que no debían hablarle cuando estaba en aquel rincón de su cuarto, bajo la ventana, especialmente si como aquella tarde el sol caía suavemente sobre su libro reflejando en su rostro una expresión casi beatífica, de paz. Era como un retrato antiguo

Se alejó de la habitación para no incomodarla.

Eso había sucedido un año atrás. Y dos años atrás, y tres. Y hacía un mes, y dos… La vida había sido siempre igual para Rosana desde que tenía 5 años. Aquel día salió del colegio con los ojos rojos de puro llanto y una marca de dientes en la cara, a su madre le hablaron de una pelea, cosas de niños… Rosana no dijo nada, ni aquel día ni los siguientes ni ningún día más. Permaneció callada, muda. Al principo pensaron que se trataba de la inflamación de garganta (además de llorar aquel día en el colegio debió gritar…) pero cuando su garganta estaba perfectamente curada siguió callada. Muda. Mil médicos, mil pruebas, psicólogos, hasta psiquiatras… Pero nadie puedo sacar de ella más que aquella expresión serena y a la vez ajena, era como si cuando le hablaban ella no estuviera allí.

Ahora tenía 18 años y se marchaba a la universidad. Salió de casa arrastrando su maleta con la misma expresión de siempre. Besó a su madre como hacía cada día cuando se iba al colegio aunque sabía que tardaría tres meses en volver. No regresaría hasta las vacaciones de Navidad. Subió al coche, junto a su padre, su madre no quiso acompañarlos.

Cuando llegó a casa y contó que Rosana se había quedado en el colegio mayor igual que se quedaba en casa, sin dar el menor signo de… nada, su madre no se sorprendió. No esperaba más, ni menos. La perdimos cuando tenía 5 años y no hemos vuelto a encontrarla, se lamentó su padre… la perdimos, confirmó su madre, y ahora es ella quien tendrá que encontrarse a sí misma…



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