Marqués.

Érase una vez la historia de un Marqués que se vio reflejado en los ojos de una bruja.

El Marqués, gobernador de la ciudad de la Paloma, sonreía ufano en su coche de caballos mientras saluda a las gentes que se asomaban a la puerta de sus casas para verlo pasar; cuando llegó a la puerta de la universidad se bajó despacio aunque no porque no quisiera hacerlo más rápido sino porque su oronda figura no le permitía agilidad alguna; saludó amablemente a todo el que se le acercó aunque el modo en el que levantaba la cabeza y enchía el pecho denotaba un orgullo propio del título que ostentaba.

El rector hizo de maestro de ceremonias y guía de excepción para tran ilustre visita mientras ella, mujer de figura fina y muchas canas, se aseguraba de que cada cosa estuviese en su lugar antes y después del paso del Marqués, nadie hubiera podido hacerlo mejor, ella era quien mejor conocía aquel histórico edificio, de hecho se rumoreaba que estaba allí antes que las mismísimas piedras que levantaban los muros del edificio, ella sonreía ante tales insinuaciones ¡ni que fuera yo una bruja! sonreía con aire inocente y mirada sabia…

El Marqués pronunció unas palabras y saludó a los estudiantes que se agolpaban en el salón de actos, trató de ser discreto durante el cóctel aunque no pudo evitar avalanzarse sobre alguna de las bandejas de canapés, tan oronda tripa necesitaba buen alimento y la gula era un pecado al que no era ajeno el bueno del Marqués, Gobernador de la Ciudad de la Paloma.

Estaba ya en la entrada de la universidad dipuesto salir cuando el rector reparó en la vieja secretaria a la que respetaba e incluso temía un poco… y quiso que el Marqués la saludara, éste se giró fingiendo una complacencia que no sentía y tendió su mano a la mujer, ella tendió entonces la suya y ambas se juntaron en un ligero apretón de manos que no duró más que unas décimas de segundo que al Marqués le parecieron horas.

Miró a los ojos claros de la mujer mientras le tendía la mano y, en aquellas interminables décimas de segundo, leyó con claridad los pensamientos de la bruja… (después de aquello al Marqués no le cupo duda alguna que se trataba, como decían los rumores, de una verdadera bruja digna de la hoguera más alta que pudiera construir):

Tienes una gran habilidad para retorcer las palabras más allá de su semántica y hasta de su etimología, las diriges como si de un rebaño se tratara y las domas hasta que, sumisas, balan en la dirección que quieres, como las masas… pero yo, querido, no soy una palabra ni una oveja, soy el espejo en el que ves la verdad de lo que dices y haces más allá de las palabras y de tu habilidad para retorcerlas, soy quien te demuestra que no eres más que un trampantojo, un listillo mal leído al que la verdad abandonó antes de que dijera su primera palabra y a quien la mentira colonizó convirtiéndolo en el más patético de cuantos trampantojos han pisado jamás la tierra. Eres gaseoso, totalmente adaptable y vacío, humo… eres de los que cree que una mentira se convierte en verdad a base de repetirla o que una verdad puede retorcerse, como si de una palabra se tratara, hasta que diga lo contrario de lo que decía, de lo que dice; eres hoy uno distinto del que eras ayer y también distinto del que serás mañana y todavía encuentras quien te cree pero sólo porque el mundo está lleno de ciegos que no quieren ver

El Marqués cruzó la puerta de la universidad como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás ni a los lados, caminando casi a trompicones hacia su coche de caballos y urgiendo al cochero a salir de allí tan rápido como diese de sí el galope de sus caballos ¡que se aparte la turba! gritó ya dentro de su carruaje ¡y que muera la bruja!.

Pero las brujas nunca mueren, son como la energía, se transforman…



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