Luz.

Érase una vez la historia de una luz intensa y cálida, primaveral en su esencia y anticipo de un largo y deseado verano.

Caminaba despacio, dejándose querer porque aquel cálido sol de media tarde que tanto se había resistido a llegar; el invierno había sido largo e intenso, oscuro, frío y por momentos incluso angustioso pero, con la misma alegría que se descubre la luz al final del túnel, el sol brillaba ahora en lo alto del cielo y lo hacía con la calidez que cabía exigirle al mes de mayo.

La calle era un trasiego continuo de gente, como si el sol los hubiese citado a todos a la vuelta de la misma esquina, niños corriendo, abuelos paseando, padres y madres con el radar encendido el periscopio en alto para no perder de vista a sus pequeños locos bajitos… una locura… y una alegría, la alegría propia de la primavera, del sol, la luz, el calor… y el aroma a verano que se percibía ya en el ambiente, todavía faltaban semanas para su llegada pero, ya fuera por las ganas de sentirlo o por la certeza de que estaba precisamente ahí, a la vuelta de unas semanas, lo cierto es que casi podía sentir la brisa salada de la costa en su rostro.

El parque se veía diferente y no era porque hubiese florecido, de eso hacía ya días, semanas incluso, era la luz del sol y la calidez con la que regaba cada rincón de aquel pulmón verde; con las gafas de sol bien ajustadas sobre sus ojos miró hacia el cielo preguntándose que tendría la luz del sol para transformar la naturaleza, también la humana, del modo en que lo hacía; la verdad es que no lo sabía ni era algo que le importara en exceso, aquella tarde de domingo sólo aspiraba a sentir la alegría de la luz del sol tanto en el ambiente que se vivía en un parque en el que los pájaros parecían cantar al ritmo del murmullo de las copas de los árboles como en las gentes que sonreían mientras los niños jugaban como locos, como no les había visto hacer desde los últimos días el verano anterior. Y eso le provocaba su propia risa…

Pensó entonces en los círculos viciosos y los virtuosos, en como una mala actitud llevaba a una mala emoción y una mala emoción a una peor reacción y en como una buena actitud llevaba a una buena emoción y una buena emoción a una mejor reacción; y es que las emociones eran contagiosas, por eso la vida era una cuestión de actitud, por eso había quienes eran felices con muy poco y quienes morían de infelicidad aun teniéndolo todo.

El ser humano era complejo y rebuscado pero cuando caía sobre él el manto de la luz del sol, las emociones oscuras parecían menguar, ocultarse para no ser vistas (ni sentidas) y la vida se tenía de color de rosa como si la estuviese mirando a través de unas gafas con el cristal de ese color.

Así iba, caminando entre sus pensamientos al tiempo que lo hacía por el parque, cuando un niño se plantó frente a ella y le ofreció unos caramelos, le sorprendió su gesto tanto como su sonrisa pero lo entendió cuando se fijó en cómo iba vestido, era un pequeño marinero que no podía ser más que un niño en el día de su comunión; ella cogió un caramelo y lo felicitó, el niño sonrió todavía más y siguió corriendo con sus bolsa de caramelos y ofreciendo alguno tanto a los invitados a sus fiesta como a los que pasaban por allí.

Y mientras reanudaba su paseo pensaba… si la luz del sol era vida, si la primavera y el verano eran risa ¿qué hacía ella pasando largos e inhóspitos inviernos continentales en lugar de buscar siempre las costas más tropicales? la idea de hacer de nuevo las maletas comezó a rondar por su cabeza…



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