Luna.

Érase una vez una noche de luna e insomnio que, por arte de magia o de cuento, se convertía en una noche de pasión y poesía.

Se despertó inquieta, sin saber si había sido el viento en los cristales el que había desvelado sus sueños o la luz que inundaba la habitación, miró el reloj desorientada y sorprendida, sin saber si estaba despierta del todo o sólo a medias, suspendida en el tiempo y en una hora indefinida… Apenas pasaban unos minutos de las 2 de la madrugada.

Se levantó y se acercó a la ventana preguntándose si el viento habría dado la vuelta a la farola que había bajo su ventana y ésta iluminaba ahora el cielo en lugar del suelo, enseguida vio que no era así, la farola, como los árboles en las aceras, se movían ferozmente por la fuerza del viento pero permanecía en pie y mirando al suelo, vio entonces al culpable, a la culpable, de la iluminación adicional de aquella noche. Era la luna.

Una gran luna, la más grande que jamás había visto, lucía en lo alto del cielo e iluminaba la noche como nunca antes, tal vez, pensó, fuera ella la culpable de sus desvelos, si era capaz de mover los mares y las olas ¿cómo no podría desvelar sus sueños?.

Miró hacia la cama con pereza, estaba cansada pero sabía que no conciliaría el sueño así que prefirió prepararse un roiboos caliente mientras acariciaba la idea de dejarse arrastrar por alguna de las aventuras escritas que atiborraban la librería del salón.

¿Tal vez unos versos del complejo Whitman? o quizá mejor una aventura no menos complicada, una de Joyce o de Woolf; sabía que la vida era puro teatro pero Shakespeare, aquella noche, no la tentaba y si el mejor dramaturgo del mundo no lo hacía, ningún otro lo lograría tampoco.

Abrazando la taza de té se plantó frente a la librería, escaneándola con la mirada, no sabía con certeza donde estaba cada libro, los había organizado según su encuadernación por aquello de la decoración y la estética, lo bello había vencido aquí a lo útil y sabía que tras los libros que se ofrecían orgullosos en primera línea había pequeños tesoros, libros viejos y manoseados, algunos con notas en sus márgenes, ediciones de bolsillo ya amarillentas y también libros llegados a su hogar de la Cuesta de Moyano, algunos con sus encuadernaciones descoloridas tras demasiado tiempo en el escaparate de alguna librería, otros después de haber pasado por otras manos…

Miró hacia la librería, la recorrió con los ojos de arriba abajo y pensó en cuantas historias, además de las que estaban escritas en sus páginas, podrían contar aquellos libros si además de dejarse leer, hablaran.

No hablaban… aunque a ella le parecía que gritaban porque volcaban en ellos el ansia que sentía por meterse en sus historias y esa ansiedad se convertía en un grito que parecía venir más de los libros que de sí misma. Aquella noche, sería la luna o su revuelta imaginación, era Whitman quien gritaba más que nadie, le parecía tener frente a ella no el poemario sino a su autor mirándola de frente, con su gesto serio y enfurruñado, con toda su barba y su intensa emocionalidad.

¡Oh yo, vida! Todas estas cuestiones me asaltan,
Del desfile interminable de los desleales,
De ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre, pues,
¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
Despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
Afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás,
Yo entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la triste pregunta que
Vuelve: ¿Qué hay de bueno en todo esto?’
Y la respuesta:
Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que quizás
Tú contribuyes a él con tu rima’

La poesía era emoción y vida y Whitman lo era todavía más, complejo siempre y a veces incluso rebuscado, cuando se creía perdida entre sus versos y más perdido todavía su mensaje y su sentido, se hacía la luz como se había hecho aquella noche y las palabras de Whitman se cargaban de sentido y de razoney cuando eso sucedía, cuando la verdad se desvelaba, sentía paz… y alegría, tanta que, como whitman, se celebraba a sí misma.

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
Pues cada átomo mío es también tuyo.
Vago al azar e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo sobre la tierra,
Para contemplar un tallo de hierba.

Mi lengua, cada molécula de mi sangre formada por esta tierra y este aire.
Nacido aquí de padres cuyos padres nacieron aquí y
Cuyos padres también aquí nacieron.
A los treita y siete años de edad, gozando de perfecta salud,
Comienzo y espero no detenerme hasta morir.

Que se callen los credos y las escuelas,

Que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y

Sin olvidarlo nunca.

Me brindo al bien y al mal, me permito hablar hasta correr peligro.

Naturaleza sin freno, original energía.

Pasaban de las 5 de la mañana cuando cerró el libro… no sabía si había sido el viento o la luna pero bendijo al viento y a la luna agradeciendo el desvelo.



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