Lo verdadero y lo bueno.
Sería por su cremosidad o su aroma, por su calidez, por su gusto ligeramente amargo... el café solía acompañar las mejores respuestas, las que se acercaban más a lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo útil...
Lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo útil… no siempre es lo que quieres, no siempre es lo que conviene a tus intereses y ¡ay amigo! descubres entonces que no te interesa, no te interesa lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo útil… o te interesa solo si sirve a tus intereses, de no ser así no te parece tan verdadero, tan bueno, tan bello, tan útil… ni tan importante.
Parece un trabalenguas, se dijo mientras disfrutaba de su café, un café espumoso y largo con notas de avellana ¡qué gran acierto haber renovado su cafetera!, abrió su libreta por el final y apuntó ‘avellana‘ y ‘vainilla‘, por ahora sus dos cafés favoritos y los que, de ahí en adelante, no faltarían en su cocina.
Se leyó de nuevo y se entendió tal y como se había escrito aun sin negarse que parecía un trabalenguas; ‘yo me entiendo‘, pensó, pero entenderse a uno mismo cuando se escribe para otros no basta… se deleitó el gusto con otro sorbo largo de café mientras pensaba en como hacerse entender con la misma lucidez que ella se entendía a sí misma.
Lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo útil… a veces duele: duele la verdad cuando estás enfermo, cuando te rompes una pierna o cuando se muere el gato; duele lo bueno cuando no puedes gozarlo en compañía, parece incluso menos bueno; duele lo bello cuando no puedes asirlo y abrazarlo, cuando mira con deleite en dirección opuesta a la tuya; duele lo útil cuando confundes su utilidad, cuando te cortas en un dedo en lugar de partir la cebolla, duele tanto que lloras como si la estuvieses partiendo.
¿Renunciarías a la verdad y, con ella, al tratamiento de tu enfermedad? ¿Renunciarías a lo bueno solo por no poder gozarlo en compañía? ¿Renunciarías a la belleza solo porque no puedes poseerla? ¿Renunciarías a la utilidad de un cuchillo solo por si confundes tu dedo con una zanahoria? Y si la respuesta es no… ¿por qué renuncias tantas veces a lo verdadero, lo bueno, lo bello y lo útil?
¡Es verdad que parar la guerra es bueno, que sería bello ver la tierra sin columnas de blindados en sus carreteras y la mar de útil para todos una paz duradera! ¡la de negocios que podrían hacerse! ¡la de prosperidad que podría fraguarse! pero también es verdad que el enemigo está a la puertas, que capitular sólo es bueno para quien recibe la claudicación, que la belleza no es tal si no es libre y que la utilidad de la humillación es nula, quien la abraza obtiene humillación y guerra.
Lo bello y lo triste, había escrito Kawabata, lo recordó mientras seguía contraponiendo su escritura doliente con la calidez del café y su regusto a avellana y, mientras pensaba y seguía pensando, recordó a otro clásico, aquel que decía que la verdad era la verdad la dijese Agamenón o su porquero…
Y la verdad es que a veces los malos ganan y eso no es bueno ni bello ni útil (salvo para los malos, claro) pero es verdad, sucede. Y entonces, salvo que estés dispuesto a morir por Dios, por la patria o por lo que tengas a bien morir, no puedes soslayar la idea de que los malos, cuando son los más fuertes, ganan ¡ay de ti sin tus aliados!.
Se terminó el café, un café que le pareció excesivamente largo para una tarde cualquiera al prepararlo pero que se le había hecho corto a vueltas con la verdad, el bien, la belleza la utilidad de las cosas y los hechos…
La verdad era que los aliados podían pensar en su bien, en su bella presidencia, en la inutilidad de una guerra a las puertas de Occidente y lavarse las manos ante el empeño del débil del este en plantar cara al abusón de más al este todavía, no tenía por qué ser su guerra… todavía. ¿Querían morir por Dios? ¡Que descansasen en paz eterna si no querían la paz en la tierra!
¡Que no es que no la queramos! decían sus ojos tristes y cansados ¡la queremos más que nadie! ¡es que no la tendremos! ¡sabemos que no la tendremos! ¿nos garantizas que la tendremos?
Se oía entonces la respiración de los unos y los otros, el moverse incómodo sobre la silla, la mano que colocaba la corbata como si hubiera podido descolocarse por sí misma, la mosca que volaba, el periodista que carraspeaba…
Ni en este mundo ni el otro, rezaba para sí el débil del este, habrá paz para los malditos…
No era bueno ni bello ni útil fulminar la historia de la diplomacia en unos minutos de telebasura pero era la verdad, había sucedido. Quien más perdía era, irremediablemente, quien más tenía que perder, eso tampoco era bueno, ni bello ni útil pero era la verdad. Quienes abrazaban ardorosamente a las figuras en liza en aquellos minutos de desastre geopolítico erraban… y eso no era bueno ni bello ni útil pero era la verdad porque para construir nuevos puentes entre quienes dicen defender la verdad, el bien, el amor y la belleza (¡Occidente!) no hay que abrazarse a nadie más que a la verdad, el bien, el amor, la belleza… y a la maltrecha diplomacia. Eso y recordar que no estás en guerra cuando quieres, también cuando te la declaran… y nadie está libre de que se la declaren.