La pequeña armadura y el gran Mercedes.

Esto iba a ser un cuento, debería serlo, pero se quedó a medio camino entra la reflexión, la anécdota y la fábula...

Entró en la armería real con la majestuosidad de las estancias del palacio que acababa de visitar todavía en la retina: techos altos, mármoles de inspiración asiática, frescos de escándalo en techos escandalosamente altos, lámparas de araña de imponente tamaño, sillas antiguas, violines Stradivarius, escalinatas inolvidables, patios interiores, ventanas de hierro… esa luz que deslumbraba todavía en su cabeza contrastaba con la oscuridad de la armería, una armería en la que más que las armas destacaban las armaduras y lo hacían por una doble razón: por su elaborado trabajo artesanal y por su imponente tamaño (imponente por reducido…).

Un adolescente, plantado primero frente a una armadura de Carlos V, después frente a una de Felipe II, miraba al suelo, a la tarima sobre la que se exponían las armaduras y a las propias armaduras en sí; pero ¿cómo es posible? Se preguntaba… es verdad que él era alto, especialmente alto (más largo que un día sin pan), pero aquellas armaduras eran especialmente pequeñas ¿lo que más le sorprendía? ¡Carlos V! ¡Felipe II! … Grandes reyes y pequeños hombres; claro que aquí no cabía recordar a aquello de que la buena esencia se vende en frasco pequeño, en primer lugar porque la esencia lo mismo es un perfume que un veneno y, hablando de casas reales, mejor no acordarse de Shakespeare y sus tragedias; y en segundo lugar porque es verdad que eran pequeños hombres… tan pequeños, cabe que incluso un poco menos, como otros hombres de su tiempo. (Si es que desde comemos healthy somos más altos… o desde que bebemos Cola-Cao, vaya usted a saber…).

Del Palacio Real pasó al nuevo edificio de las Galerías Reales, un edificio discreto a la par que elegante, con todas las comodidades y modernidades imaginables pero perfectamente integrado en el majestuoso entorno que lo rodea; y en sus salas los Austrias y los Borbones empezando por el nieto del Rey Sol, Felipe V, a quien debe mucho el Patrimonio Nacional especialmente en Aranjuez y en La Granja (a él y a su segunda esposa… aunque esa es otra historia); de los cuadros De Goya a los de El Greco, algún Tiziano, un buen número de pintores de cámara, piezas de orfebrería realmente inolvidables, trozos de historia contados con piezas antiguas, textos escritos en inglés y en perfecto castellano y con la tecnología del bando del arte.

Claro que el cansancio va haciendo mella y todavía queda pasear los Jardines del Moro ¡espera! Que hay una sala más, la de la exposición temporal, que está hoy llena de carruajes de escándalo y, al fondo, un par de Mercedes…

¿A dónde va el adolescente? Imaginadlo…

Tú allí, leyendo que aquel Mercedes fue un regalo del embajador alemán a Franco en tiempos de Hitler, uy uy uy… y el adolescente que te mira con esa mirada de reproche natural y sincero que siempre te hace pensar que no es que hayas metido la pata sino que has metido el cuerpo entero ¿y entonces? Entonces va y te suelta: ¿ves un Mercedes de seis ruedas, descapotable, que solo hay tres en el mundo y te fijas en eso?

Y así, como quien no quiere la cosa, recordé como le expliqué un día que no importa si Hemingway era un buen o un mal tipo (hasta donde sabemos muy bueno no era…), lo que importa hoy, ya muerto y enterrado el caballero, es que su literatura es canónica, disfrutable toda ella y por todos, fuera como fuera la mente que la parió… ¿por qué iban a importar entonces Hitler y Franco si de lo que hablamos es de un Mercedes? ¡Anda que no le sobraba razón al adolescente…

Si esto fuera un cuento, que debiera serlo pero no acaba de coger forma, sería más bien una fábula porque tiene moraleja, claro que tampoco es una fábula porque es una historia muy cierta, una historia que es poco más que una anécdota, es verdad, … como también es verdad que velar nuestros ojos con las gafas de los bandos, de cualquiera de los bandos, cuando miramos al pasado, acaba por llevarnos a renunciar a mucho de lo bello y lo útil en aras de un moralismo que resulta la mar de feo cuando no inútil (o ambas cosas a la vez).

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Dicho lo cual… Visitaos en tiempos pasados, recorred el Patrimonio Nacional que es vuestro, es nuestro, y disfrutad de su belleza, la verdad es que está cerca: el Palacio Real y la Colección de las Galerías Reales, el Palacio de Aranjuez y el Jardín del Príncipe con sus sorpresas (el Museo de Falúas, la Casa del Labrador, el estanque chinesco…) y por supuesto La Granja y sus majestuosas fuentes y tapices…



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