Julio.

Érase una vez la historia del cumpleaños de Julio, un niño que nació en verano y que soñaba con ser César... y astronauta.

El pequeño Julio se levantó de un brinco y se envolvió en la sábana de su toga colocándosela a modo de toga (aunque arrastraba una parte importante de tejido porque la sábana era mucho más grande de lo que un cuerpo pequeño como el suyo necesitaba para envolverse); se plantó en la cabeza la corona de olivo que su sus padres habían dejado sobre la mesilla y salió de su habitación caminando con aire regio; cabeza erguida, espalda recta y paso marcial ‘¡Ave Cesar!‘ lo saludaron sus padres a dúo desde la mesa de la cocina, donde disfrutaban de un café helado para empezar el día.

Era 1 de julio y el pequeño del mismo nombre cumplía 9 años, para celebrarlo se había vestido de César, de Julio César, el hombre al que el mes de su nacimiento debía su nombre, y lo hacía porque le encantaban los romanos incluso cuando perdían las batallas y es que era también muy fan de Asterix y Obélix. A pesar de levantarse como un pequeño romano, desayunó como un niño muy español, su zumo de naranja, un colacao frío y un trozo del bizcocho de limón que había preparado su madre la tarde anterior.

Nacer en el mes de julio era estupendo por aquello de que, de niño, el cumpleaños siempre se celebraba en vacaciones y porque nunca llovía pero tenía un lado oscuro, era el espinoso asunto de los amigos porque a 1 de julio ya no había colegio y los niños se repartían en campamentos, pueblos, casas de abuelos… algunos incluso estaban ya en la playa de vacaciones con sus padres. Para evitar el disgusto de celebrar un cumpleaños con amigos de mínimos, sus padres solían organizar la fiesta unos días antes de terminar el cole, adelantando así la celebración y reservando el día del cumpleaños, el 1 de julio, como un día familiar en el que le contaban a su pequeño Julio la importancia de su nombre y del mes de su nacimiento.

Y es que el mes de julio era un mes intenso, algo que su madre se había molestado en glosar en una libreta en la que había escrito los hitos acontecidos entre los días 1 y 31 de ese mes; el mes de julio era un mes de Independencias, se celebra la de Estados Unidos, Venezuela, Burundi, Argentina, Ruanda, Sudán del Sur, Bahamas, Liberia o Perú; es también un mes revolucionario e incluso guerrero, la toma de la Bastilla sucedió en julio y también en este mes comenzaba la revolución egipcia, la cubana, la sandinista en Nicaragua y la guerra civil en España; pero no todo eran guerras y peleas, también había hitos más innovadores y hasta románticos como la llegada del hombre a la luna o la inauguración del Disneyland Resort; era el mes en el que se celebraba el día de las Habilidades de la Juventud, el de Nelson Mandela y el día de la Amistad.

A pesar de contar sólo 9 años, a Julio le encantaba la historia, algo que debía probablemente a que siempre se la contaban a modo de relato y cuento, el pequeño sonrió al ver que su madre cogía la pequeña libreta en la que sabía que guardaba los hechos históricos del mes de julio y la observó emocionado tratando de imaginar que historia sacaría a relucir… Su madre pasó sobre el celebrado 4 de julio de los americanos y sobre el 7 de julio de los pamplonicas, le parecieron interesantes tanto el día la conservación de los manglares como el de la Amistad, el día de la Población, designado para recordar a los seres humanos cuántos somos, dónde estamos y cómo y por qué migramos, le pareció también importante pero pensó que tal vez sería mejor ahondar en aquel tema cuando Julio fuera un poco más mayor… así que, sin más dilación, siguió con el plan que ella y el papá de Julio habían organizado el día anterior, él sacó una gran caja envuelta en papel de regalo y, cuando el pequeño descubrió lo que había en ella dio un grito y un salto -¡un casco de astronauta! ¡cómo en Wonder!-

Aquel 1 de julio fue el día de Neil Amstrong y del primer viaje del hombre a la luna en casa del pequeño Julio, fue el día en el que dejó de querer ser Julio César para afirmar que sería como Neil Amstrong y volvería a la luna. Soñar es gratis, eh!– dijo su padre entre risas –no– pensó la madre –soñar no es gratis, soñar es vivir.



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