El íntimo placer de regalarse una noche de guilty pleasures... placeres culpables. Placer.
Érase una vez una historia de procastinación, de series secretas, tazas de chocolate a media noche y el placer de rendirse a sus guilty pleasures.
Hacía un frío de mil demonios y, para mayor infierno, el aire soplaba con una fuerza gélida y el cielo amenazaba con una lluvia que para cuando llegara a la tierra sería nieve; era una tarde de invierno cualquiera, una de esas que para ella definía el infierno de forma mucho más gráfica y real que una hoguera de San Juan aunque ardiera hasta el infinito y más allá… su calor sí erea placer y no aquel terrible invierno; llegó a casa con el frío entumeciéndole hasta el último de sus pensamientos, subió la temperatura de la calefacción y dejó de soñar con una ducha caliente para darse el gusto de vivirla.
Se preparó un chocolate caliente y se acomodó en el sofá con la manta cerca, el libro estaba sobre la mesa de centro, justo frente a ella pero, al volver a mirar la taza de chocolate caliente y la manta y al ver que sólo eran las diez de la noche de un sábado cualquiera, decidió que aquella sería una de sus veladas de placeres culpables, una de esas en las que se concedía lo que desaba sin pensar ni por un instante en el tiempo robado a sus obligaciones, ni tan siquiera el hurtado a sus sueños, eso lo pensaría después, de ahí que fuera el suyo un placer culpable.
Encendió la televisión casi al tiempo que apagaba la luz y, para comprar el silencio de su conciencia, eligió la opción de versión original subtitulada en inglés… –bien, Reddington– se preguntó –dime ¿a qué blacklister vamos a perseguir hoy? ¿a la desquiciada Lizz por fin? ¿me concederás ese placer?-; para cuando había descubierto aquella serie había quien ya sea había cansado de verla, cinco temporadas de más de 20 capítulos cada una… ¡cuántas noches de placeres culpables le habían deparado ya! (no siempre con chocolate, claro, a veces con un cuenco de palomitas… o con un gin tonic) y cuántas le quedaban todavía por delante ahora que la sexta temporada estaba ya al alcance de sus ojos…
Con la taza de chocolate caliente en sus manos y la manta sobre sus piernas, sintiendo como la calefacción había hecho ya lo suyo y la temperatura en casa era más que agradable, comenzó el capítulo, el primero de una larga noche y es que aquella era la razón por la que aquella serie ocupaba la primera posición en su lista de placeres culpables, no bastaba ver cada capítulo una vez sino que a cada nueva pista, a cada nuevo detalle que descubría de la trama había que buscarle su hueco y su lógica y para ello a veces había que refrescar la memoria, recordar exactamente lo que ocurriera en éste o aquel momento, lo que dijo este personaje a aquel otro ¿y a santo de qué? no tenía una respuesta para aquella pregunta… ¿no tenía acaso nada mejor a lo que dedicar su tiempo? ¡¡sin duda!! pero… ¿qué sería de la vida sin cierta dosis de placeres culpables? de procastinación, de pequeñas concesiones, de… Al fin y al cabo, si el mundo no se paraba cuando su vida la asfixiaba hasta dejarla sin aliento, tampoco lo haría por una noche de placeres culpables, seguiría girando como siempre lo haría, a su aire y a su antojo sin importarle un comino los infiernos y paraísos que lo componían.
Entonces recordó aquella entrevista… el periodista le preguntaba a James Spader si tenía placeres culpables, él lo miró como si le estuvieran preguntando el color del caballo blanco de Santiago y respondió sin un ápice de duda –por supuesto, mi vida está llena de placeres culpables… sólo que no me siento culpable por ellos–.
–Me either– pensó mientras empezaba el tercer capítulo de la noche y la segunda taza de chocolate –not tonight-.