Headache.

Érase vez la historia de un headache persistente e insistente, suave y continuo, perenne, inolvidable y siempre amenazante...

El sol se colaba desde hacía rato entre las rendijas de la persiana pero ella se negaba a levantarse; tumbada y después de una placentera noche de sueño se sentía bien pero sabía lo que ocurriría en cuanto se pusiera en pie; primero sería un ligero mareo que parecería diluirse después unos segundos sentada en el borde de la cama, pero ese bienestar sería sólo un espejismo, a mitad del pasillo esa sensación de flotar más que caminar volvería a adueñarse de su cabeza y para cuando llegara al borde de la ducha se habría convertido en una incómoda presión en la parte superior de su cabeza; un ibuprofeno calmaría parte de la presión y un café solventaría parte del mareo pero el malestar persistiría durante todo el día.

Había mil nombres en perfecto castellano para definir su malestar, de la migraña a la astenia pasando por unos cuantos más que comenzaban por hipo pero a ella el que más le gustaba era el que usaban los ingleses porque era una palabra compuesta que definía lo que sentía semánticamente, más allá de su origen, de una forma muy gráfica: headache.

Huiría de la luz del sol como de la peste, como si en lugar de un animal de playa y mar se hubiera convertido en un murciélago o en una de las lechuzas de Hogwarts y soñaría cada minuto del día con un momento para tumbarse un rato y cerrar los ojos… fantasearía incluso con uno de sus cuentos más queridos –¡¡qué le corten la cabeza!!- gritaba la Reina de Corazones mientras Alicia huía como alma que lleva el diablo y ella ofrecía su dolorida cabeza a cambio de la de Alicia, con gusto caminaría con ella bajo el brazo si con eso podía olvidar aquel malestar constante.

La primavera llegaba con las temperaturas bajas y ella la comenzaba baja de todo, como si su organismo se estuviese revelando contra la climatología adversa, era un planteamiento absurdo, claro, pero no había encontrado el modo de convencer a su cabeza de ello y que su vecina octogenaria le dijera aquello de –ah! si es que ya no tienes 20 años!– no ayudaba; no los tenía, no. O sí. Los tenía dos veces ¿y qué? no le dolían los años, ni las canas, tampoco las arrugas en el contorno de los ojos, le dolía la fría primavera en su cabeza, o algo así.

Claro que era domingo y el único compromiso que tenía para ese día era descansar así que, si su cabeza la dejaba en paz cuando su cuerpo estaba en posición horizontal, no pensaba exigirle más que la inclinación justa para poder acomodarse lo suficiente a disfrutar de un domingo de lectura.

No quería, ni podía, perderse en la librería del salón, sólo ir directa a coger el libro que le pidieran las ganas así que cerró los ojos y visualizó las estanterías en las que tenía su pequeña biblioteca ordenada por temas; ¿romanticismo? le faltaba ilusión para dejarse llevar por Jane Austen o las Brönte, tampoco tenía el cuerpo para Dickens y mucho menos para Joyce ni se sentía lo suficientemente rebelde aquel domingo para perderse en el universo de Virginia Woolf¡eureka!- la respuesta había estado en su cabeza todo el rato, se perdería en la balda de los cuentos y otras fantasías, allí la esperaba Alicia con la cabeza perfectamente colocada sobre sus hombros y junto a ella estaba Mowgli en la aldea de los humanos, también Harry Potter en Hogwarts, Matilda y Charlie en la Fábrica de Chocolate; ¡qué gran compañía le traían para aquel domingo de quietud Roald Dalh, Jo Rowling, Rudyard Kipling y Lewis Carroll!. Pasaría el día con Alicia, Charlie, Mowgli, Harry y Matilda, no porque fuera a leerse todos los libros en un día sino porque eran libros de los que había hecho ya más de una lectura, algunos de esos que tenían ya algo de refugio para su mente y de los que leía a veces pasajes sueltos.

Abrió las ventanas para dejar que el aire de la mañana se colara en su habitación pero mantuvo la persiana a media altura como defensa frentea la luz del sol que parecía golpearle la cabeza, se preparó un café, cogió una botella de agua se tumbó sobre la cama con Harry, Matilda, Charlie, Alicia, Mowgli… ¿cuánto tiempo hacía que no se regalaba un día como aquel? tal vez ese fuera el problema, pensó, que necesitaba más días como aquel, más días de evasión y victoria para alejar aquel maldito headache.



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