Gracia.
Érase una vez la gracia de un lector adicto a los periódicos y su indulto sobrevenido...
Un golpe de gracia. O un golpe de suerte. Eso es lo que necesitaba para que aquel proyecto siguiera adelante pero la realidad era tozuda e inmune al desaliento. Si él era terco sus enemigos también ¿perseverante? no más que ellos ¿resiliente? a cada cual más… Por eso necesitaba un golpe de gracia, un cambio de aires, nuevos vientos para navegar a puertos más seguros. Pero había calma chicha y eso solo presagiaba tormenta. Y no había imprudencia mayor que la de elevar anclas con el mar revuelto ¿lo haría? Lo haría. Lo haría confiando en un golpe de gracia o en un golpe de suerte, en su buena estrella y en el temblar de piernas de sus enemigos.
Pero aun a pesar de su arrojo, de su amor propio cercano al narcisismo, de su audacia y su inconsciencia, caminaba como si llevara no una sino varias chinas en sus zapatos; miraba a su menguado rebaño como si las ovejas que habían logrado sobrevivir al ataque de los lobos tuvieran la culpa de la naturaleza de sus enemigos, ya solo se complacía cuando veía su reflejo en la superficie del lago y ni aún entonces era feliz del todo porque las primeras canas, aquellas que tanto le habían gustado porque denotaban experiencia y sabiduría, se habían multiplicado más allá de lo razonable, las malas noches de insomnio pasaban su factura y es que nadie dijo nunca que la resiliencia fuera fácil… mucho menos que tratar de alcanzar lo imposible con el apoyo de aquellos que buscan tu muerte pudiera hacerse realidad algún día.
Pero él vivía en su mundo perfecto, en su proyecto dibujado en un papel, un proyecto tan viable como las casitas de colores que dibujaban los niños en la guardería… claro que no importaba, lo único importante era la apariencia de posibilidad, la pompa y el boato, el plan a 30 años, a 50 ¿por qué no a 100? aunque es importaba menos, nada de hecho, él ya estaría muerto y los que vengan detrás… que arreen.
Tiró el periódico sobre el sofá sabiendo que era el paso previo al contenedor del papel y el cartón por aquello de reciclar ¿por qué se empeñaba en dedicar sus mañanas de domingo a los periódicos? era ya casi una manía, una adicción ¿habría grupos de leedores de periódico anóminos? tal vez debiera fundar uno… se rió de sí misma y de sus ensoñaciones, de su propia gracia sin gracia, y decidió indultarse, prepararse un vermut y reconciliarse con el mundo, al fin y al cabo, pensó mirando al periódico tirado sobre el sofá, mundo no hay más que uno y a ti te encontré en la calle.