Gol.
Un gol es un gol. Aunque sea en propia puerta. Porque el aciago momento en el que el goleador se da cuenta de que ha marcado en propia puerta llega siempre demasiado tarde.
El sepulcral silencio de la tarde se rasgó de pronto; sonaban pitos y flautas, gritos, carcajadas, saltos, botes y mil emociones más. Gol.
Sonrió con cierta nostalgia al recordar el tiempo en el que ella era parte de aquel jolgorio, hacía mucho tiempo, tanto que por entonces no utilizaba crema antiedad ni se le caía el pelo, tampoco se planteba los años que contaba, era una época diferente, ella era una persona distinta… pero todavía recordaba que los goles podía uno meterlos en propia puerta por eso, mientras se preparaba un chocolate caliente a modo de capricho y pecado de invierno, decidió no hacer demasiado caso de la fiesta que se colaba por las ventanas de su apartamento.
Abrazó su taza de chocolate (sin porra, que una cosa era marcarse un gol en propia cadera y otra bien distinta golearse) y se acomodó en el sofá mirando con no poco regocijo el libro que estaba leyendo, había vuelto a Austen porque los clásicos son las novelas de las que nunca se vuelve, Darcy la llamaba regularmente aunque no siempre releía la novela completa y aquella tarde fría de domingo en la que el sol se colaba tímidamente por la ventana, había recibido una de aquellas llamadas… Pero los goles seguían dándole vueltas en la cabeza, ya fuera porque era tarde de fútbol, por el Mundial de Qatar, por lo que se jugaban Argentina y Francia o por el malestar que le producía pensar en los sobornos europeos y en el futbolista iraní condenado a muerte por defender la libertad, por defender a las mujeres, sin que a sus compañeros de profesión y aficionados a su deporte, no digamos ya a los dirigentes sobornados o sobornables de su negocio, pareciera importarles un pito.
No es que fuese a volver al fútbol, de aquello sí se volvía, es que seguía pensando en los goles, en los que marcas, en los que te marcan… y en los goles en propia puerta, los que te metes contra ti sin querer y sin poder evitarlo, esos que son errores intensos y profundos que le dejan a uno herido de fracaso, de fin de un tiempo bueno, de desastre. ¿Y a santo de qué tanto error? A veces era el cambio de escenario, el mundo gira y gira, el campo cambia, la portería no es la misma siendo igual… y te equivocas ¿la razón? Tenía una teoría: ese tipo de error, el que lleva al gol en propia puerta, solía ir acompañado de la ausencia de un gesto, el de mirar a un lado y a otro antes de chutar, el de asegurarte de quienes son tus compañeros, quienes tus oponentes, cuál tu portería… venía de pensar que nada cambia, que todo permanece, que sólo hay que correr y chutar… pero en realidad todo cambia, nada permanece y si no miras a tu alrededor, si no te percatas de los giros del mundo, la realidad convierte a quienes eran tus compañeros de manifestación y gritos de libertad y basta ya en tus enemigos sin que te des cuenta… y entonces chutas y marcas y gritas gol… y para cuando te das cuenta de que te has marcado un gol en propia meta el tiempo ha pasado, has perdido. Y no importa cómo lo cuentes y lo adornes, como lo relates. Has perdido.