Feria.

Madrid es a su Feria del Libro lo que su Feria del Libro a Madrid (digan lo que digan por ahí...).

Siempre había detestado la feria. Todas las ferias. Las orquestas y los bailes, las barracas, los feriantes, las berbenas y las gaitas, las sevillanas, los caballos y los toros. No le gustaban. Que no entedía la feria, le decían, no, respondía, no la entiendo ni auque me la expliquen… Eso sí, allá cada cual con sus gustos, sus fiestas y sus ferias, no sería ella quien privara a nadie de darse el gusto de disfrutarlas, eso sí, a ella que la dejaran en paz, algo que en ningún lugar se le había antojado tan fácil de conseguir como en Madrid incluso en feria…

Claro que las ferias de Madrid eran otra cosa, lo eran porque Madrid era tan grande que siempre había un barrio o un pueblo ajeno a las ferias del momento y también porque había una feria a la que sí era adicta, no es que le gustara, es que era adicta… Lo cierto es que no siempre había sido así, la feria del libro siempre le había parecido un paseo de firmantes y caza selfies pero esa sensación, en Madrid, dura poco y la culpa no es tanto de la feria como de la Cuesta de Moyano.

Se dejaba caer un fin de semana sí y dos también por las casetas de esa cuesta y encontraba pequeñas joyas: esa edición de Rebeca que debió dejar a alguien y no recuperó jamás, alguna edición vieja de los Tres Investigadores que la entretuvieran a ella tanto como entretenían ahora a su hijo y por supuesto las sorpresas, libros inesperados que no podía evitar llevarse a casa. Y de esas experiencias a la Feria del Libro había solo un paso o a lo sumo un paseo, un agradable paseo por el Retiro, un paseo entre libreros, lectores y escritores, un paseo que la reconciliaba con el ser humano, aun había esperanza…

Caminaba despacio mirando a un lado y a otro, fijándose en los libros nuevos y en los escritores viejos, en el tipo alternativo que debía tener tatuada hasta el alma y recorría la feria en busca de cómics, en la mujer mayor que se ponía y quitaba las gafas coquetamente cuando se acercaba a los libros, en el hombre que llevaba al niño a hombros y en la mujer que acercaba a su hijo a unos libros primero, a otros después y le permitía llevarse al menos un par… El ambiente era cálido y reconfortante, era feliz como lo eran los propios libros y ella se sentía allí, paseando la feria y pensando en las lecturas futuras como Miss Dalloway camino a casa desde la floristería pensando en su fiesta.

Si sólo vas a leer un libro en tu vida… pensaba recordando a Savater y su maravillosa columna recomendando libros ¡¿cómo vas a leer solo un libro en tu vida?! Se le antojaba imposible pero sabía que no lo era y sabía también que a ser se llega leyendo, que para amueblar cabezas no hay colegio ni familia que pueda competir con una buena librería y que para cultivarse, para amueblarse la cabeza leyendo solo hay un camino: leer. Y solo quienes disfrutan de la lectura leen a lo largo y ancho de su vida, sólo ellos crecen, sólo ellos descubren nuevas ideas, nuevas perspectivas de las ideas viejas…

Se paró a mitad del paseo y vio a un par de locos bajitos revolviendo un stand de libros de cuentos, sonrió, iban por buen camino; ‘a mi esto no me interesa‘, decía un adolescente dos pasos por delante ‘ya nos vamos‘ le respondía una mujer entrada en canas y en carnes que no apartaba la vista de los dos locos bajitos de los cuentos… Mal. Ahí mal. ¿No te interesa? ¿No te interesa nada que no sean tus videojuegos y el partido del domingo? Entonces no tienes 15 años, tienes 80, eres un viejo de 15 años o ya estás muerto… Sólo a los muertos no les interesa nada y sólo los muertos en vida se limitan a las tres cosas que descubrieron un día sin aventurarse más allá de ellas.

Continuó su paseo y recordó a aquel columnista que no podía evitar una o dos patadas a Madrid por columna, la ciudad de los musicales a los que nunca vas, decía, la ciudad que lo aglutina todo desnudando a las demás, insinuaba… Como si Madrid solo fuese el caro musical de turno y este o aquel ministerio, como si Madrid no fuese también su feria (del libro) y su Retiro, su ambiente bullicioso y divertido, su Gran Vía y la calle Preciados, Sol, la Plaza Mayor y sus bocatas de calamares, la calle Pez con su estatua de una mujer leyendo, sus cafés y sus teatros secretos, Malasaña y las sesiones a 10 euros en el Teatro Maravillas, El Prado, El Thyssen y exposiciones inesperadas aquí o allí, en la galería canalejas sin ir más lejos ni quedarte más cerca… como si Madrid no fuese un montón de españoles de cualquier parte y gentes de países a los que un día llegó el español o a los que no que hacen de la ciudad un lugar para vivir… y para vivirlo.

Que Madrid no es perfecto lo sabemos todos… que aquí se vive a las puertas del cielo, también, el infierno está en otra parte ¿dónde? No responderé porque hoy… pongamos que hablo de Madrid.

Volver a casa tras pasear la Feria del Libro era una de esas cosas deliciosas que se disfrutan despacio; se preparó un gin tonic suave, con lima, limón y hierbabuena, y fue vaciando su bolsa y dediciendo qué título iba directo a su mesilla de noche y cuáles a la estantería de próximas lecturas…



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