Feliz Navidad.

Esta es la historia de una Feliz Navidad cualquiera, cualquier diciembre de cualquier año y en cualquier casa.

22 de diciembre. Día de la lotería y pistoletazo de salida oficial en casa de su madre para la Navidad. En realidad el asunto del Belén, el Árbol y las luces había empezado en el Puente de Diciembre pero no se abría el primer turrón hasta el día 22 y allí estaba ella, con su madre aparentemente al borde un ataque de nervios y en realidad más feliz que una perdiz con los hijos y los nietos revoloteando por la casa, su padre escondido en el despacho, su hermana fingiendo ayudar en la cocina tres veces más de lo que ayudaba y su hermano mirándola con sorna porque sabía ella era, desde niña, el Grinch de la Navidad.

Claro que aquel año era especial porque no se cumplía un año desde la última celebración navideña familiar sino dos, el año anterior, a cuenta de la pandemia, cada cual se comió el turrón en su casa y ahora, quienes amaban la Navidad por encima de todas las cosas, tenían un mono de mazapanes, turrones y polvorones difícilmente soportable.

Ella hizo de tripas corazón y se dijo que, dado que el año anterior se había librado de la Navidad, este año era lo justo dejar que los amantes de estas fechas festiva disfrutaron todo lo qu eella había disfrutado el año anterior y allí estaba, empezando desde el principio, desde los niños de San Ildefonso y dispuesta a llegar a los Reyes Magos, eso sí, le preguntó a su hermano cuál era la hora prudencial para servirse la copa de sidra del aperitivo a lo que él respondió que, siendo las 10 de la mañana, lo más que podía ofrecerle era un carajillo.

Lo mejor llegó a la hora de comer y con el telediario de fondo: la madre poniendo el grito en el cielo por la incidencia de la pandemia primero y por la posible suspensión de la Cabalgata de Reyes Magos después, el cuñado que aprovechaba para meter la cuña de lo inconveniente de tanta reunión familiar tras la visita de Omicron, la hermana que salía al paso explicando que lo importante no era la incidencia sino la presión hospitalaria, el padre pidiendo más café y apoyando, anque sin que su voz fuese más allá del cuello de su camisa, al yerno; el hermano riéndose sin saber muy bien de qué y ella mirándolos a todos y preguntándose a santo de qué pasaba ella por ser el Grinch de la Navidad porque cuando sus sobrinos comenzaron a cantar villancicos la espantada fue general y para cuando se dio cuenta de que su cuñado se marchaba de vuelta al trabajo, su hermana de compras de última hora, su madre a hacer no-sé-qué en la cocina, su padre a revisar no-sé-qué otra cosa en el despacho y su hermano tomar las calles ya estaba sola en el salón con los niños, los villancicos, la zambomba y la botella de anís del mono*.

!Feliz Navidad! Le gritó su hermano desde la puerta… Esto no ha hecho más que empezar pensó el Grinch desde el sofá…

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*vacía y lista para sacarle ritmo.



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