Fariseos.

Érase una vez la historia de una tarde en la que los fariseos y otros reyes de la doble y falsa moral acudieron a su cabeza sin invitación previa.

Abrió las ventanas de par en par tratando de que la ligera brisa que corría en la calle se colara en su apartamento, respiró hondo sintiendo un calor impropio de mitad de septiembre y, como solía hacer cuando su cabeza estaba a pleno rendimiento manejando ideas y pensamientos, recogió su pelo con un lápiz y se dejó caer sobre la alfombra junto a todas sus notas, libretas y periódicos.

Abrió una carpeta verde llena de recortes de noticias y sonrió… ya no hacía carpetas como aquella, ahora todo eran archivos en su ordenador, que era algo así como un disco duro de su memoria; pero aquellos recortes contaban muchos años más que su ordenador y en todos se trataba la misma información, el aborto como derecho, el aborto libre y el grito de ‘es mi cuerpo yo decido‘; ni entonces ni ahora tenía una opinión clara al respecto y eso era algo que antes la incomodaba, ya no ¿acaso hay que tener las ideas claras y definidas en todos los ámbitos de la vida? ¿acaso hay que saber de todo y opinar de todo? No. Estaba segura de que no era así y, en cualquier caso, para ella la respuesta era siempre la misma ¿quién era ella para decirle a nadie qué hacer con su vida y con su cuerpo? la libertad era siempre la respuesta (siempre que esa libertad no se inmiscuyera en la libertad de los otros, obviamente).

Habían pasado muchos años, décadas, y su indecisión a este respecto no había cambiado, la idea de un aborto le parecía tan terrible para quien lo sufría como la de una maternidad no deseada y tratar aquella complejidad en un texto legal lo sentía como una intromisión ya no en su cuerpo como mujer, que también, sino en su individualidad como persona.

¿A santo de qué volvían aquellos pensamientos a su cabeza tantos años después? había sido al ver a la ministra de sanidad criminalizando con sus palabras la gestación subrogada, otro tema que, como el aborto, tenía para ella tantas aristas y complejidades, era de una profundidad tal que formarse una opinión, si acaso llegaba a hacerlo, le llevaría mucho tiempo de lectura e información. Pero había algo que había saltado en su cabeza como un resorte ¿por qué quienes abanderaban el aborto libre bajo la perspectiva de que la mujer es dueña y señora de su cuerpo y por tanto debe tener el poder de hacer con él lo que considere oportuno eran los mismos que criminalizaban la gestación subrogada? ¿por qué una mujer debía ser libre de abortar pero no de gestar el hijo de otra persona? ¿por qué la libertad, en temas tan íntimos y personales, era la respuesta en un aspecto y no en el otro?.

A esas preguntas no encontraba respuesta más allá del empeño constante de la casta política del color que fuera o fuese en imponer su ideología, sus dogmas, como ley y ella no podía menos que rebelarse contra ello porque la ley debía regular la relación entre ciudadanos, ciertamente, pero no, nunca, bajo ningún concepto, plantear respuestas legales a cuestiones íntimas, personales y mucho menos morales.

Dio algunas vueltas más a las noticias y a la información que había ido recopilando y, sin darse apenas cuenta, se descubrió pensando en los fariseos, aquellos señores de moral impoluta y perfecta que, de puertas para dentro de su casa, hacían lo que les venía en gana aunque fuese lo contrario de lo que predicaban o en los cristianos de bien de tiempo atrás que, en un fantástico ejercicio de hipocresía, compraban la bula correspondiente para meterse entre pecho y espalda un solomillo con el que aquellos a quienes les prohibían comérselo en los días señalados no podían ni soñar en los días de fiesta y recordó también, muy a su pesar, como Victoria Kent se oponía al sufragio universal, a que las mujeres pudieran votar, sólo porque estaba covencida de que la mayoría votaría lo contrario de lo que ella pensaba.

Y entonces pensó en su abuelo, republicano él, y en la resignación con la que decía que tuvo que llegar Franco porque los españoles no estaban preparados para ser libres… y se preguntó si ahora no estaría pasando justo lo contrario, si no serían los políticos los que no estaban preparados para que los ciudadanos fuera libres e iguales ante la ley y por eso donde decían digo dicen Diego y siguen a pies juntillas aquel consejo tan propio de los fariseos: haz lo que yo digo pero no lo que yo hago…



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