Fango.

Iván y Ángel eran dos mellizos que no pudieron resistirse a jugar en el fango...

Iván era el más revoltoso de la clase, inquieto desde que abría el ojo a primera hora de la mañana, siempre había sido así, marchoso a más no poder… y  un poco trasto, claro, porque quien no puede estarse quiero antes o después mete pata o saca la mano de donde nadie le manda; lo que nadie podía decir de Iván es que fuera mal chico, era agradable y risueño, también la mar de divertido pero era un culo de mal asiento, allí donde hubiera un lío estaba él, enredando, rara vez empezaba él la fiesta pero jamás dejaba escapar la oportunidad de sumarse a ella.

Ángel, en cambio, no hacía honor a su nombre; era más tranquilo que Iván, al menos en apariencia, pero su tarro de las ideas estaba lleno de picardía e intenciones retorcidas; no es que fuera malo, o sí, vaya usted a saber, lo que sí es seguro es que era de los que acostumbraba a tirar la piedra y esconder la mano, era siempre el que organizaba la fiesta y nunca el que aparecía como su rey ni protagonista estelar, tenía un punto discreto que, combinado con su picardía, le permitía liar la de San Quintín y escapar indemne las más de las veces.

Iván y Ángel eran mellizos pero no estaban en la misma clase, si por sus profesores fuera no estarían ni tan siquiera en el mismo colegio; separados eran… ‘manejables’, juntos tenían más peligro que una caja de bombas; esa era su fama en la escuela y fuera de ella, quienes hablaban de esta ilustre pareja lo hacían siempre diciendo: no son malos niños pero… y detrás del pero normalmente iba un suspiro cuando no un resoplido, especialmente si hablaban sus padres o sus profesores porque conseguir que Iván y Ángel cumplieran la más sencilla de las indicaciones era poco menos que misión imposible, sobre todo si estaban juntos y ¿cómo no iban a estarlo? Eran hermanos mellizos… y aunque sus padres soñaran de cuando en cuando con un tú a Boston y yo a California, seguían viviendo en Madrid.

Era viernes y el parque estaba a reventar, no cabía un niño más; había llovido y la zona del jardín se había convertido en un lodazal, algo de lo Ángel se percató nada más llegar y, aunque no lo hubiese hecho, bastó el aviso de sus padres ‘no juguéis en la zona del fango’ para que empezara a calibrar las posibilidades de los charcos y la tierra mojada… No hubo que esperar mucho tiempo para verlos a ambos, y a algunos niños más que se sumaron a su fiesta, de fango hasta las orejas y la consecuencia de aquello fue la que cabía esperar: fueron saliendo en fila de a uno cada uno a su casa con su padre, madre o ambos perfectamente enfadados no tanto por el fango como por la desobediencia.

Claro que los más enrabietados eran los padres de Iván y Ángel porque desde su casa habían visto a los niños jugar tranquilamente en el parque, sin acercarse al jardín embarrado, hasta que sus mellizos, desobedeciendo expresamente las indicaciones recibidas, habían montado la fiesta de espuma con fango de jardín. Ángel caminaba detrás de Iván y lloraba amargamente, decía que había sido Iván quien le había manchado primero; su madre no hacía distinciones y repartía su responso entre ambos niños por igual porque, ciertamente, los dos estaban igual de enfangados, su padre, en cambio, callaba.

Ya en casa Iván se fue directo a la bañera, acompañado por su madre quien le preguntaba amargamente por qué hacía siempre caso a Ángel, por qué no dejaba de sumarse ni a una de sus horribles ideas… A Ángel le tocó esperar a que Iván terminara su baño-responso lo cual al principio le pareció bien, su padre solía ser más callado y cuando le tocara a él el baño su madre ya estaría cansada de soltar el rollo… pero aquella tarde Ángel había colmado la paciencia de su padre, que era el hombre tranquilo por excelencia.

Ángel estaba sentado en la terraza, esperando su turno y disfrutando de su hazaña embarrada, cuando su padre se sentó frente a él y encendió un cigarro; el niño se removió incómodo, sabía que su padre fumaba, claro, y que solía hacerlo en la terraza pero nunca se encendía un cigarro cuando estaban su hermano o él cerca; te crees muy listo, le dijo, y tal vez lo seas… pero si no vas con cuidado nadie se dará cuenta de lo listo que eres y sí de las malas ideas que tienes.

Por lo menos no soy tan tonto como Iván, respondió Ángel muy ufano; no, apostilló su padre, pero del mismo modo que tus malas ideas te harán pasar por un mal tipo al que nadie inteligente querrá tener cerca, la falta de picardía de tu hermano lo hará pasar por un buen niño, un poco travieso tal vez, divertido en todo caso… y nadie lo arrinconará.

Ángel permaneció callado, tratando de entender lo que su padre trataba de explicarle: ¿crees que nadie se ha dado cuenta de que has sido tú quien la ha liado en el parque? ¿Crees que nadie te ha visto acercarte a Iván primero susurrándole alguna de tus ideas y luego a Pablo y a María? ¿De verdad crees que cuando Iván y Pablo corrían delante de ti hacia el jardín enfangado nadie se dio cuenta de habías sido tú quien había organizado el juego?

¡Pero tú siempre dices que no importa quién empezó! ¡que importa lo que haces tanto si empiezas tú como si empieza otro! protestó Ángel enérgica y ofendidamente… Cierto, respondió su padre, salvo que sea tu hijo quien empieza: me basta conseguir que Iván no se deje llevar por los liantes como tú pero contigo no hay que cuidarse de que nadie te meta en líos, tú eres el lío… y a mi, que soy tu padre, me corresponde conseguir que los líos que organizas sean buenos y para bien, no batallas de fango y, créeme, le dijo acercándose a él y obligándole a mirarle a los ojos, lo voy a conseguir…

Justo en ese momento su madre lo llamaba desde la puerta de la terraza, era su turno de baño; Ángel se dio media vuelta y caminó hacia su madre dándole vueltas en su cabeza a lo que su padre acababa de decirle; su padre dio una profunda calada al cigarro y exhaló el humo lentamente… sabía que, con suerte, el susto le duraría hasta después del baño…



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