Éxodo.

Esta es la historia de un nuevo éxodo hacia una nueva tierra prometida, una tierra como un jardín inglés, llena de color, vida, paz... y pan.

Arrastraba los pies pero mantenía la cabeza erguida. Caminaba con pasos cortos porque no le alcanzaban las piernas para dar zancadas más largas. Le dolía el pecho, pitidos extraños rebotaban en sus oídos y el cansancio era tal que pesaba incluso más que el miedo. Eran más de cien, más de mil, más de cien mil… había quien decía que eran ya más de un millón, en realidad no importaba cuantos, uno ya era demasiado. Ellas eran las protagonistas del éxodo de la guerra hacia la paz, de la huída hacia delante para salvaguardar lo más querido, lo único que todavía les pertencía, lo que habían parido. Ellos se quedaban atrás, contenían el dolor y el miedo, daban rienda suelta al valor y a la furia, defendían lo que era también suyo, sus familias, sus casas, su libertad… Y no estaban solos, muchas decidían quedarse y empuñar un arma porque se negaban a dejar a los suyos atrás, si sus niños grandes no huían, ellas tampoco, no iban dar a sus hijos por la patria y huir; si caían, ellas caerían con ellos.

Tiró el periódico en el asiento de atrás del coche y miró el reloj, todavía faltaban 20 minutos para que su hijo saliera del colegio ¿y yo qué haría? Se preguntaba tras leer aquella crónica de guerra; la respuesta era en realidad sencilla, haría de madre; huiría sin miedo a empezar de cero aprisionando en su pecho el dolor por los que dejara atrás pero si una madre no pone a salvo a sus hijos ¿qué es una madre?.

¿Y las que no podían hacerlo? ¿Y las que habían arrancado a sus hijos el mando de la PlayStation de las manos para darles un fusil? ¡Qué desgarro! ¡Qué horror! Qué miedo… Recordaba a Paine, que decía que si tenía que haber problemas mejor que llegaran en su tiempo para que sus hijos tuvieran paz. Para algunos era pronto, para otros tarde pero la pregunta que le taladraba la cabeza era la misma una y una vez, una hora y la siguiente, un día y el siguiente… ¿cómo habíamos llegado hasta aquí? ¿qué había sido de los días de preocupaciones pequeñas y problemas nimios? ¿eran como las almas y los ríos e iban a dar al mar?.

Los tiempos de paz habían pasado, ahora vendrían días convulsos, una crisis profunda y transformadora que, con la guerra a las puertas y sin saber cómo evitarla pero con el empeño de hacerlo, darían lugar a otro mundo; miraba hacia delante y no veía más que grises días de invierno pero sabía que no hay tormenta que no escampe…

Entonces vio a un adolescente que no podía dar pasos completos por llevar la cintura del pantalón en las piernas, a una mujer que decía no-sé-que de que el veganismo salvaría al mundo, a un tipo que echaba mal de ojo a cualquier coche que no pudiera llevar la pegatina ecosostenible de turno… y pensó en Roma y en el fin de unos tiempos que tendrían que dar lugar, por fuerza, a otros mejores. Lo que estaba por ver era a qué precio y quién pagaría ese precio… un pellizco de angustia le atenazó el pecho pero su hijo salía sonriendo el colegio, el examen le había salido bien apesar de la noche de hiperglucemia. La vida seguía. Y había que seguir la vida. Aunque se acabara convirtiendo en una huída hacia delante, en un éxodo constante… incluso en  un infierno.

¡Pon música! Le pidió su hijo abrochándose el cinturón de seguridad… qué suene la vida, pensó ella al dejarse llevar por el deseo del muchacho y alejar de su cabeza y de sus manos la idea de poner el boletín de noticias en la radio.



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