Excusa.

Esta es la historia de una cena de amigos y primavera que servía como excusa para no se sabe muy bien qué.

Eran 12, como los Apóstoles, pero su mesa no era alargada sino redonda; reían y compartían raciones, disfrutaban de una cata de vinos y algunos hablaban animadamente, más animadamente cuántas más copas de vino caían… Ella callaba. Escuchaba. Y se sorprendía al no reconocer a los que un día fueran sus amigos. Hoy eran un grupo extraño y variopinto que se reunía una vez al año para compartir vinos porque hubo un tiempo en el que habían compartido vida y sueños. Ya no. Ya solo compartían vinos una vez al año. En primavera. En la Santa Semana en la que todos solían coincidir en el mismo lugar, el lugar que había sido su lugar en el mundo cuando compartían sueños, ahora ya no compartían ni tan siquiera ese espacio ni ningún otro, solo aquella mesa redonda una vez al año. En Primavera.

A veces la conversación era tan pesada que el aburrimiento la envolvía ¿no habían descubierto aún que lo plasta que es tu jefe o lo encantador que es tu hijo solo te importa a ti? Comió dos mejillones tigre y tres navajas para entrener la boca y no soltar ningún improperio mientras esperaba que la conversación los llevara a prados más verdes.

No-sé-qué de lo facha que eres tú o lo progre que es el otro, de que éste está manipulado y aquel tiene pocas luces… no eran prados más verdes, era una conversación imposible, una de esas que se desarrollan a veces entre gentes que viven atrincheradas en sus ideas y jamás escuchan las de los demás porque no están dispuestos a matizar sus argumentos ni a concederle la más mínima lógica ni razón a los de su oponente. No discutas con un fanático, decía Churchill, porque es incapaz de cambiar de opinión… y de tema. Esa vez optó por un par de rodajas de pulpo y tres pimientos de Padrón para entrener la boca, el último era de los que pican (los dos primeros ‘non’) así que pasó un rato dándole al vino y a la miga de pan para superar el trago (el de los fanáticos que discutían sin saberse ninguno de ellos fanático y el del pimiento picón).

Fue precisamente la bandeja de pimientos de Padrón la que cambió el tercio, porque los colores que subían, el vino que bajaba y la tensión de elegir ‘a ollo‘ con miedo a llevarse el premio gordo arrancaron risas suficientes para que cualquier discusión se diluyese entre copas de Ribeiro y vinos de la Ribeira Sacra.

Por un momento pensó que habían superado lo peor de la cena, que con las carnes que habían pedido algunos y el rico pescado con el que se habían obsequiado otros la conversación derivaría, ahora sí, a prados más verdes pero no fue así, no podía ser así. Vio venir los nuevos cruces de recriminaciones y puso toda su atención en el rape que acababan de servirle pero no pudo evitar que llegaran a sus oídos todo tipo de argumentos basados siempre en la misma idea: tú puedes, yo no; yo no me lo puedo permitir, tú sí.

Detestaba más esos argumentos incluso que las conversaciones de besugos entre fanáticos, esas eran absurdas, como partidos de tenis en los que no se devuelve la pelota al contrario sino a la luna pero las discusiones de excusas que servían de argumentos para agredir al de enfrente eran realmente lamentables; aquellos a los que les iba bien en la vida parecían tener que justificar su éxito como si les hubiese caído del cielo, como si no se lo hubiesen ganado día a día, esfuerzo a esfuerzo y aquellos a los que les iba peor en cambio no tenía que justificarse, bastaba con que sacaran su artillería victimista frente a los otros. ¿De postre? Tarta de queso, por supuesto.

Tanto silencio por su parte solo podía acabar de un modo, con todos mirándola y preguntándole si solo estaba allí de cuerpo presente. Dudó entre sacar el capote o soltar un mandoble a derecha y otro a izquierda además de una patada en la boca del estómago al de enfrente y decidió tratar de hacer lo segundo pero con la sutileza suficiente para que el dolor no fuera instantáneo sino que llegara en diferido.

-Estaba pensando… ¿por qué resulta a veces tan difícil renocer que se ha tenido buena o mala suerte, que se ha trabajado duro o que se ha perdido más tiempo del debido, alegrase el buen discurrir en la vida de los demás o relajar la tensión de quienes van contracorriente haciendo que se sientan en aguas calmas por un rato? Igual hablamos demasiado de trabajo y de política, no sé…-

No supo si fue demasiado sutil o demasiado poco, si la entendieron o no, si a posteriori sus mandobles se harían notar en sus conciencias o no… se quedó sola con su carajillo sin nata mientras la conversación volvía al terreno de los niños que lloran, los que tienen alergia a no-sé-qué, los padres que no ponen una lavadora ni por error y las estoicas madres que sostienen en mundo…

Todo sonaba a excusa barata, a buscar el modo de no plantarse frente al espejo y reconocer que el reflejo devolvía era una imagen muy distinta de la soñada años antes… y no tanto por negarse el fracaso, que también, sino por el temor de exigirse nuevos retos; no, ya no compartía nada con ellos ni ellos nada con ella porque ella se reconocía en sus fracasos y en sus errores, asumía los cambios de rumbo y opinión que había tenido que hacer en unos y otros momentos de la vida, también los errores cometidos y el puñado de aciertos pero sobre todo, lo que la diferenciaba de ellos era que no admitía su vida como algo hecho, sino como algo que hacía cada día, algo que seguiría haciendo hasta el último de sus días. No. Ella no anhelaba la jubiliación, quería vivir intensamente cada día hasta que la jubiliación llegara y aun después de ella, es más, no tenía claro que quisiera jubilarse… ¿Por qué se empeñaban en cortarse las alas y los sueños? ¿Por qué se conformaban con vivir a medio gas? Los respetaba pero no estaba dispuesta a que la envolvieran en su conformismo ni en las excusas que se daban para no afrontar nuevos retos.

Cuando llegó la hora de la despedida y con ella los comentarios de cuán rápido había pasado la vida y ‘para lo que hemos quedado‘ probó a soltar un mandoble más: estamos viejos para unas cosas, no para otras y desde luego lo que estamos es estúpidos si nos quedamos en los sueños de los 15 años en lugar de pensar en lo que podemos hacer a los 50.

-Ya, ya- respondió la que había sido su mejor amiga –todavía pensarás que puedes acabar viviendo en Londres– Ella sorió… –me mudo la próxima semana-. Su amiga la miró buscando un rastro de broma en su rostro, no lo encontró –es tarde para muchas menos cosas de las que piensas, querida, otra cosa es que decidas ponerte el tiempo por excusa-.



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