Cuentos.

No estaba para cuentos ni para monstruos... pero cuando despertó el dinosaurio seguía allí.

Despertó pronto y sus monstruos despertaron con él pero no tenía un minuto para ellos, no aquella mañana, no aquel día; pasó fugazmente por la ducha y se vistió a toda prisa, desayunó velozmente y bajó corriendo las escaleras como alma que lleva el diablo, feliz de dejar atrás a sus monstruos para lanzarse a la vida que lo llamaba a gritos desde las calles. No, no estaba aquella mañana, aquel día, para cuentos.

Las horas del día pasaban veloces en su reloj, el tiempo lo perseguía sin que pudiese meter en sus minutos tanta vida como ansiaba, se le escurrían los segundos entre los dedos y se le quedaban una y mil cosas a medio hacer, otras tantas sin apenas empezar pero él seguía corriendo por las calles, volando sobre sus tareas y tratando de hacer de todo ello, vida.

No había tiempo que perder ni necesidad alguna de parar para comer, sentía las necesidades básicas del ser humano como lastres que le robaban tiempo, le hurtaban vida ¿dormir? Sólo lo justo para no morir, ya dormiría cuando estuviera muerto.

La tarde parecía siempre más larga cuando empezaba pronto porque podía extender sus horas hasta que el sueño amenazaba con tumbar sus párpados y aun entonces seguía corriendo para que no se le pasara el siguiente ciclo de sueño no fuera el insomnio a robarle el descanso mínimo que estaba dispuesto a concederse llevándose con él la lucidez y la imaginación, las ideas buenas.

Llegó a casa y miró el reloj, iba en tiempo. Se preparó un chocolate caliente y se puso el pijama, se sentó junto a la chimenea y cogió un libro de poemas porque tampoco aquella noche estaba para cuentos, leería dos, tres a lo sumo, después lo acogería el sueño, dormiría las horas justas para levantarse rauda y velozmente, para poner las calles en la ciudad y empezar otro nuevo día de vida pero…

Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí.*

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*El cuento más corto del mundo dice así ‘Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí’, lo escribió Augusto Monterroso.



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