Citas a ciegas.
Érase una vez la historia de un puñado de gentes que trataban de hacer arte de las citas a ciegas pero resultó que pintaron un cuadro abstracto y obsceno propio más bien de las citas a tontas y a locas.
Miró de reojo al móvil, sabía que su silencio solo se debía a que había silenciado todos los grupos de whatsapp pero los mensajes estaban ahí, esperándola. Y ella seguía sintiendo una pereza infinita solo de pensarlo.
Sabía que no podría evitar responder a alguno y enredarse en un festival de mensajes que serían de ida, vuelta y revoltijo para nada porque en situaciones críticas todo el mundo se amarra a su razón y no la suelta, es la única certeza a la que se puede echar mano y, si sientes que te la quitan, te sientes como un náufrago al que roban el salvavidas… Pero ella era rara, eso, o su certeza era líquida.
Tal vez fuera eso, su certeza era líquida porque a ella no le importaba quien dijera qué, le importaba lo que decían y más aún lo que hacían, detestaba la mentira por encima de todas las cosas y cuando trataban de manipular su opinión se revolvía con aires felinos.
No. Ella no defendía a los hunos ni a los otros, defendía lo que era mejor para todos y se cuidada mucho de hacer de su opinión una bandera que imponer a nadie. Así le pasaba, un día era equidistante, otro un café descafeinado, el tercero una facha y cuarto una chaquetera. Y a ella le daba la risa porque sabía que era siempre la misma y que toda esa ristra de tonterías no era más que el miedo del náufrago a que le pinchen el salvavidas… claro que si el salvavidas venía pinchado de fábrica el náufrago estaba muerto pero eso era como aquello de que el rey está desnudo y a ver quien le dice al rey que está desnudo, o peor, a ver quien convence al rey de que está desnudo sin dejarse la ropa en el intento.
Se preparó un café largo con hielo y trató de ahogar en él la pereza mientras abría por fin sus mensajes y ¡festival del humor! pensó… Guardaba la secreta esperanza de que sus amigos más cercanos hubieran sentido la misma vergüenza que ella ante el festival de citas a ciegas que tantos políticos habían perpetrado en el Congreso hacía solo unos días pero su esperanza era vana, allí estaban sus amigos, cada uno abrazado a su razón y llevando su defensa más allá de la lógica más simple.
Se sintió tentada a responder a la ardorosa defensa que su amigo Iñaki hacía del comunista que citaba a Chesterton ¿un comunista citando al tipo que inventó al Padre Brown? pero decidió no entrar al trapo y poner un toque de ironía en el festival de citas a ciegas que no quería ni tan siquiera recordar.
No, no… no son citas a ciegas, son citas a tontas y a locas, sin sentido, sin conocimiento, sin pies ni cabeza, citas propias de lectores de libros de citas o, a lo peor, de quienes no leen…
Pero no estaba el mundo para bromas ni tampoco su ánimo así que remató dejando la risa para una ocasión más digna de ella; que Orwell, Camus o Chesterton hubieran visitado, cita mediante, el Congreso sinificaba poco, tan poco como una cita a a tontas y a locas.
Y mientras ellos citan a ciegas, o como quiera que citen… ¿qué hay de nuestra libertad y nuestro futuro? igual es por ahí por donde viene la muerte de la normalidad.