Cine.

Érase una vez una mujer que soñaba con ser un personaje de película, el ensueño de un guionista llevado al cine que, tras el cartel de The End, descansaba en paz hasta la siguiente proyección.

A veces tenía ideas estúpidas pero reconfortantes, de hecho, cuando la vida apretaba, se convertían en su único refugio, el único lugar común en el que lograba volver a respirar; una de esas ideas estúpidas era además recurrente… ¿y si en lugar de ser una persona de carne y hueso fuese un personaje de cine? no una estrella del celuloide ni una actriz de moda, no, un personaje, la ensoñación de un guionista con una copa de más llevada al cine por un director cualquiera, ni tan siquiera esperaba ser un personaje hecho carne por los grandes como Scorsese ni por lucir el cuerpo y el rostro de la Theron, no, seguiría siendo ella misma con su cuerpo cansado y sus ojos tristes, seguiría protagonizando su misma historia, una costumbrista sin mucha gracia, sólo que entonces sería una historia inventada, de cine, en lugar de ser real como la vida misma.

¿Qué ganaba entonces? le preguntaba el angel bueno saltando sobre su hombro derecho mientras el malvado se retorcía de risa sobre el hombro izquierdo, ¡lo ganaba todo! porque los personajes de cine sólo sienten y padecen durante el par de horasque duran la película, después descansan en paz hasta la siguiente sesión, es más, estaba por demostrar que incluso mientras transcurre la película un personaje pudiera sentir o padecer aquello que le acontece, a fin de cuentas no existe, es solo una ensoñación y las ensoñaciones, dicen, no hacen daño…

Una idea estúpida, ciertamente, pero reconfortante porque era tal el nivel de indignación que sentía ante lo que estaba viviendo que pensar en el momento del The End y hacerse después un ovillo en la cinta de su película le provocaba un intenso placer, el placer que aplaca la indignación porque borra todo aquello que la provoca, la borra del mismo modo que se borraba a sí misma del mundo después del The End, porque después del The End no hay nada…

Claro que sabía que aquello no era del todo cierto, después del The End estaba la gala de entrega de los Premios Oscar que, con la excusa de ser incompatible (por horario) con una vida decente en España, se perdería… aunque no del todo, era un ave noctámbula así que algo de la alfombra roja atisbaría antes de su primer sueño pero para cuando llegaran los discursos de los afortunados de la noche y de la vida, los triunfadores que se permiten dar lecciones de vida a quienes la luchan cada día con la décima parte, a lo sumo, de la suerte y fortuna que ellos atesoran, estaría profundamente dormida y se ahorraría ver en vivo y en directo como le decían cómo vivir quienes se permiten vivir, y hacen muy bien, como les place.

Le desearía suerte a Klaus, eso sí, porque eso de que una pandilla de españoles, mucho más de Reyes Magos que de Papás Noeles, les explicase a los americanos a santo de qué  Santa Klaus viste de rojo, es santo y deja regalos en las casas de los niños buenos y carbón en las de los niños malos (ahí colaron divinamente una cabalgata de Reyes) era realmente… interesante; también le gustaba la idea de que el malagueño, Antonio Banderas, que al parecer no era de raza blanca, no al menos de la raza blanca americana, la pura, la de los descendientes de lo más puritano que parió Inglaterra, subiese al estrado a recoger un Oscar en lugar de a entregarlo, sería una broma de mal gusto que el Jocker nos hurtara ese momento, un Joker que era además de San Juan de Puerto Rico, todo sea dicho… y es que si había que repartir Dolor y Gloria entre Almodóvar y Banderas, que la Gloria fuese para el actor…

¡Bien! una idea estúpida pero reconfortante la había alejado de sus cuitas durante un rato y por eso, aunque sólo fuera por eso, ya merecía la pena cuidarla… ¡qué vivan las ideas estúpidas que nos dan risa, paz y armonía!.



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