Ciegos.

Érase una vez una historia de un grupo de amigos ciegos, sin problema alguno de visión, pero completamente ciegos cada cual a su manera.

Juan fue el último en llegar a la terraza y el primero en quitarse la mascarilla, para él sentarse frente a la mesa aun sin haber pedido todavía su cerveza, era ya excusa y razón suficiente para liberarse de aquello, no se abstuvo de hacer dos o tres comentarios en tono elevado para que quedara bien clara su posición al respecto, detestaba aquella cosa y la consideraba de todo punto innecesaria en espacios abiertos; no era tanto su opinión lo que molestaba a Mariana como sus alardes negacionistas y sus teorías conspiranoicas acerca de los motivos ciegos por los que había que vivir tras una mascarilla y aun eso se sentía con fuerzas para discutirlo, lo peor era, sin duda, la maldita prepotencia que le hacía sentir que podía llegar a una terraza, sentarse en una mesa con más gente, y quitarse su mascarilla sin pensar en cómo de cómodos o incómodos se sentirían los demás.

Faltaba Ramón y Mariana lo esperaba como agua de mayo porque a él era el único por el que Juan sentía un mínimo de respeto; mientras se hacía mala sangre mirando el reloj y lamentándose de la constante y continua impuntulidad de Ramón, Mariana miró a Elena, sentada frente a ella, en su habitual silencio discreto y se desesperó un poco más, tan segura estaba de que si trataba de disuadir a Juan de su alarde liberador ella trataría de mediar sin mojarse ni un poco a favor o en contra de uno de ellos como de que, si efectivamente no se contenía y le pedía a Juan que se pusiera la mascarilla, acabaría discutiendo agriamente con él. Y Ramón sin llegar.

Quien si llegó 5 minutos más tarde fue Enrique y ni se planteó decirle ni mú por llevar la mascarilla en la barbilla dejando libre boca y nariz porque vestía la misma ropa que la noche antes y saltaba a la vista que no se había acostado y venía al aperitivo directo desde el último afterhours ciego de cubatas y de lo que quiera que se hubiese fumado.

Pidieron un cubo de cervezas heladas y algo para picar; el disgusto de Mariana siguió subiendo enteros cuando el camarero que los atendió, con su mascarilla perfectamente puesta, no dijo ni mú a los desenmascarados de su mesa y más aun cuando Elena, a la vista del asunto, se liberó también de la suya.

Mariana se contuvo esperando los refuerzos de Ramón hasta que, una vez en las mesas las raciones, vio como tanto Juan como Enrique y, para su sorpresa, también Elena, obviaban la pila de platos que el camarero había dejado en el centro de la mesa para que cada uno se sirviera y evitar comer todos directamente de la fuente.

¡Pero vamos a ver!– dijo ya sin poder contenerse –¿estáis locos o qué os pasa? sin mascarillas metiendo vuestro tenedor usado en el mismo plato… ¿de qué vais?– Juan sonrió con placer, le encantaba desquiciar a Mariana –estás ciega querida, ofuscada, alucinada incluso me atrevería a decir– ella lo miró echando chispas por los ojos –¿ah sí?– le dijo –¿no serás tú quien está ciego? ¿poseído acaso por tus disparatadas teorías?– Enrique, ciego de cubatas, pidió un poco de paz y Elena, como Mariana esperaba, comenzó a mediar (que sí, que estaría bien usar los platos, pero Mariana chica, la mascarilla comiendo como que no… y Mariana retorciéndose en la silla ante aquel ni contigo ni con él).

Oye, que igual incluso tú estás ciega querida equidistante exquisita– le dijo –ciega de fe en tus propias convicciones, unas convicciones por cierto que no hay quien sepa cuales son porque como tú vas siempre con un poco de todos sin que te salpique la más mínia discusión…-

Aquel tipo de enfrentamientos era cada vez más habitual entre ellos, que fueran amigos desde el colegio no ayudaba demasiado porque se conocían muy bien y, cuando se ponían ácidos, la rabia los cegaba y sabían lo que decir para tumbar y herir al contrario.

Afortunadamente antes de la cosa fuera a mayores llegó Ramón, tarde como siempre, pero llegó; le bastó ver las caras de sus amigos para imaginarse lo que se había perdido y sin preguntar siquiera qué pasaba, cogió una cerveza del cubo helado y empezó a soltar una perorata acerca de las últimas noticias acerca de la pandemia que los tenía a todos enmascarados y a distancia; dato va, dato viene, fueron acomodando la importancia de las cosas a lo que Ramón iba diciendo, todos participaban con buen tono en la conversación salvo Enrique, que estaba callado y entregado a su cerveza y a su bocata de jamón.

Bueno– dijo Elena concierto tono de reproche y mirando a Juan y a Mariana –igual ya no estamos todos ciegos ¿no?– ellos callaron pero Enrique, entre risas y engullendo el último trozo de su bocata dijo  –uy sí, mucho–  todos le miraron sin entender muy bien qué quería decir, sin saber de hecho si estaba en condiciones de decir algo con sentido –estáis toooodos ciegos, os ciega él– añadió mirando a Enrique –ofusca vuestra razón– añadió recordando como Juan y Mariana se habían acusado de estar ofuscados.

Ramón no dijo nada, no tenía intención de discutir con un tipo ciego de cubatas, pero tanto Elena como Mariana y Juan saltaron como resortes –eh– les gritó Enrique levantándose de la mesa –os enfadáis conmigo porque sabéis que los borrachos decimos siempre la verdad… me voy a dormir la mona-.

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Acepciones de la palabra ‘ciego’ según la RAE referidas en este cuento:
2-. Poseído con vehemencia de alguna pasión.
3-. Ofuscado, alucinado.
4-. Dicho de un sentimiento o una inclinación: muy fuerte, que se manifiesta sin dudas.
7-. Atiborrado de comida, bebida o drogas.

Acepción de la palabra ‘cegar’ según la RAE referida en este cuento:
3.- Turbar la razón, ofuscar el sentimiento de alguien.



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