Cerebro reptil.
Érase una vez un hilo de pensamientos elaborados a alta temperatura, una idea, o dos si acaso, acerca del cerebro reptil que nos domina... o no.
Confinarse había sido su decisión, no lo hacía por miedo sino porque el mundo de puertas para dentro se le antojaba mucho más interesante que el mundo de puertas para fuera; hacia dentro estaban sus libros y sus mil lecturas pendientes, su libreta de ideas y el tiempo para darles forma, estaba también la libertad del vestido suelto y minifaldero que solo se atrevía a vestir de puertas para dentro, las sandalias de dedo con las que no podría caminar calle arriba y los ratos muertos en los que hacerse las uñas. Y también, por supuesto, un rato a la semana para preparar alguna tarta baja en grasas y sin azúcar (había descubierto que se puede y prepararlas con el pequeño diabético (¡ay de ella si le oía o leía llamarle ‘pequeño’!) como compinche de cocina era todo un placer, además de una magnífica oportunidad de dejar el Fortnite a un lado durante un rato).
¿Y de puertas para fuera? de puertas para fuera estaba la mascarilla que, a 40 grados a la sombra, era algo así como el infierno, como ser Han Solo o la Princesa Leia encerrado en la máscara de Darth Vater (¿cómo pudiste dejarte encerrar ahí dentro, Anakin?); y estaba la gente, toda, la consciente y la inconsciente, la egoísta y la solidaria, la comprensiva y la intolerante, toda… también la que había sido poseída por el miedo, el enfado, el odio u otras emociones tóxicas a través de su cerebro reptil.
No, no quería discutir con nadie, no quería que la acusaran de equidistante exquisita por respetar el miedo ajeno ni de inconsciente por no alentar el propio, tampoco quería tener que explicarle a nadie que su cerebro reptil se había merendado, en algún momento de su vida, su neocorteza y gran parte de su sistema límbico. La llamarían rarita, sin duda, o le preguntarían, en el mejor de los casos, qué carajo estaba leyendo ahora pero no era cosa de ahora, la teoría de los tres cerebros de Paul MacLean era antigua aunque era cierto que la había repasado hacía no mucho tiempo cuando oyó a alguien decir que algunos políticos (los definidos como ‘populistas’) hablaban al cerebro reptil de la gente.
El caso es que, ante las variopintas reacciones de gentes diversas frente a la maldita pandemia, se había dado cuenta de que, de algún modo que no lograba comprender del todo, había más gente de la que había imaginado que funcionaba guiada solo por su cerebro reptil, es decir, por sus instintos más primarios; eso le había hecho pensar que tal vez no solo los pupulistas hablaban al cerebro reptil ¿no residía ahí el miedo como instinto básico de supervivencia? tal vez los que no se llaman populistas también sepan hablar a los instintos primarios del ser humano hasta hacerles olvidar su propia experiencia y su entorno más cercano, lo que viene siendo lo mismo que anular, de algún modo, los otros dos cerebros según la teoría del triple cerebro de MacLean.
Claro que también cabía la posibilidad que fuese el calor el que estuviese arguyendo tamaño argumento en su cabeza, un calor que no era febril pero sí de notable importancia, un calor que la puso frente a una importante disyuntiva: ¿qué va primero? ¿un agua helada con limón o un chapuzón en la piscina?.