Cancelado.

Respiró hondo, se tocó la cara, el pecho, los brazos... se sintió aliviado al descubrir que seguía vivo y siguió durmiendo. Tal vez estar cancelado no fuera tan malo.

Ya bien entrada la mañana despertó de nuevo, más tranquilo pues se sabía vivo; disfrutó de una ducha reconfortante y de un café cargado antes de acabar de acomodarse a la idea de que la cancelación, actividad propia de bárbaros, tiranos y autócratas, no iba con ella aunque el cartel que lucía su teatro dijera lo contrario: cancelado. Tampoco importaba tanto, más allá del asunto monetario, claro, pero no había dinero que la hiciera comulgar con un ‘eres libre de pensar lo que yo diga‘ a modo de definición de libertad.

Cancela pues, se dijo, cancela que algo queda. ¿Cuánto vas a cancelar? ¿medio mundo o cuarto y mitad? ¡A quién le importa! La realidad no se cansa, ni se agota ni se rinde y acabará olvidando antes lo digno de ser olvidado que lo que un día fue cancelado… que se lo digan sino a Oscar Wilde, cancelado entre los cancelados, tan cancelado que le cancelaron hasta la libertad encerrándolo en la cárcel, muerto en el exilio y la miseria… y recordado hasta por quienes no han visto un libro ni por las tapas.

De cancelación nunca se muere salvo que al cancelado se le de por suicidarse y pocas cosas estaban más lejos de su imaginación que cancelar su vida, seguiría a lo suyo, a lo mejor discretamente o tal vez haciendo ruido, incordiando, pero su pensamiento libre estaba asegurado porque, como decía la genial Virginia Woolf, no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente

Cancelar es de cobardes, de pequeños e inseguros, de mentes vacías cuando no de incautos y siempre de tiranos, de quienes se creen más que los demás, de quienes creen que sus ideas son mejores solo porque son suyas, de quienes toman el respeto por cosa vieja y desechable, de viles maleducados y de horteras. Sobre todo de horteras.

Se descubrió entonces gozando en su charca de cancelación porque ¡qué cosas curiosas tenía la vida! ahora que no le importaba a nadie, se sentía más libre que nunca, ahora que no tenía que encajar en ningún modelo ni caber en ningún traje, se sentía más dueña de sí misma que nunca… Pensó entonces en aquel periodista, de cuyo nombre no podía acordarse, que reconociera haber gozado tanto de la efímera fama que le había dado su tiempo en televisión como de los días siguientes, cuando ya nadie lo paraba por la calle.

Lástima haber tardado tanto en darse cuenta de lo efímero del amor impostado y de la admiración de mercadillo, lamentaba haber tenido que caer tan estrepitosamente para darse cuenta de que el aplauso se solo ruido y que el arte solo es arte si es bello y verdadero sino es únicamente un espectáculo digno de tal ruido que será olvido antes incluso de ser recuerdo.

A cuenta de lo poco que le importaba caber en este o aquel traje, disfrutó de un croissant recién horneado en la pastelería de su barrio y, viendo como todavía la miraba de reojo, haciendo como que no la veían pero sin dejar de verla, rogó por un poco más de cancelación, la justa para que la dejaran en paz y se fueran con sus miserias a otra parte.

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Nota: pues no, no creo que Karla Sofía Gascón goce de su cancelación porque lamenta más ser ella la cancelada que la cancelación en sí pero sí creo que la mal llamada cultura de la cancelación merece todo el desprecio que seamos capaces de dedicarle y sus censores, quienes nos dicen a quien podemos leer y a quien no, qué películas podemos ver y cuáles no, a quién podemos admirar y a quién no… los que osan pensar que tienen derecho a imponernos sus ideas porque, por el mero hecho de ser suyas, son las buenas… esos censores, esos párracos de iglesia laica, merecen perder a sus feligreses (salvo que los feligreses merezcan semejantes párrocos…).



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Cancelado.

Respiró hondo, se tocó la cara, el pecho, los brazos... se sintió aliviado al descubrir que seguía vivo y siguió durmiendo. Tal vez estar cancelado no fuera tan malo. + ver

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