Bruja.

Sacó su caja de bruja, la que guardaba sus secretos y sus milagros, sus gotas de magia y su corazón; acarició los papeles que también guardaba en ella...

El brillo ardiente e inquieto de las antorchas baila al otro lado de la ventana, suenan golpes secos en mi puerta, también voces, gritos… He muerto.

Aquello era lo último que la abuela de su abuela había escrito en aquellas hojas viejas y desgastadas por el paso del tiempo; las había escaneado para que no desaparecieran sin más llevándose a su antepasada cuando la vida del papel tocara a su fin; las guardó con el mismo mimo y cuidado que antes que ella lo hicieran tantas mujeres de su familia y, tras mirar el reloj y constatar que era hora de acudir a su cita, guardó su caja y se puso en marcha.

Fue caminando despacio y sin miedo, a ella no la perseguía nadie con antorchas, nadie llamaba a su puerta, nadie le gritaba por las calles… ya no vivía en una casa vieja y apartada como cuando era niña, nunca había querido vivir en ‘la casa de las brujas‘ y en cuanto tuvo oportunidad se marchó, alquiló un apartamento y empezó una nueva vida en la que nadie, jamás, la llamó bruja…

Habían pasado muchos años desde entonces, años en los que había constatado que su abuela tenía razón: puedes huir de tu destino pero de lo que eres… Acabó volviendo a ‘la casa de las brujas‘ pero no para instalarse en ella sino para recuperar de ella lo que era, para recuperar la parte de sí misma que había tratado de amputarse sin éxito; descubrió como su abuela había dejado escrito en una libreta todo lo que no había podido enseñarle porque ella se había negado a escucharla y descubrió también aquellas hojas viejas en las que la abuela de su abuela anunciaba su muerte. Con todo ello volvió a su apartamento y reanudó su vida tratando de ser quien estaba destinada a ser sin dejar de ser quien era, quien quería ser.

Pero estaba cansada. Le dolía el cuerpo, un cuerpo que le resultaba terriblemente pesado a pesar de que había en ella poco más que piel y huesos, se sentía sola y extraña y acabó por echar en falta la sorpresa, la admiración, el miedo, la inquietud… todo lo que revelaban los ojos de quien la miraba cuando vivía en la casa de las brujas y por eso aquella tarde iba a hacer… lo que iba a hacer…

Llegó a la hora justa al lugar exacto, era un bar cuyo símbolo era una bruja sobre una escoba y cuyo nombre era Aquelarre; solía estar lleno los viernes y los sábados por la noche, la cerveza se servía por litros y las raciones de croquetas y patatas bravas no dejaban de salir de cocina… pero era domingo, domingo por la tarde, y entonces estaba casi vacío.

Entró. Miró al hombre de aspecto descuidado y perezoso que estaba sentado tras la barra, no dijo nada, no hizo falta, él le indicó donde ir con solo un gesto, no necesitaba que le explicara qué hacía allí, ya lo sabía.

Entró en la habitación del fondo, estaba oscuro y mientras sus ojos se habituaban a la poca luz no veía apenas nada; alguien tocó su brazo, se sobresaltó, pero se calmó enseguida al descubrir una sonrisa junto a ella; había na mesa redonda en el centro de la habitación, estaba rodeada de sillas, algunas estaban ocupadas, otras no, supo que debía tomar asiento. Y lo hizo.

No pasó mucho tiempo hasta que el círculo que formaban las sillas se convirtió en un círculo de 12 mujeres, la más vieja de todas se levantó y dijo entonces: me llamo María y soy una bruja.

Así, una a una, se fueron presentando, cuando llegó su turno se levantó lentamente, miró a cada una de las mujeres que la acompañaban y dijo: me llamo Carmela y soy una bruja.

Desde aquel día cada tarde de domingo era una tarde de Aquelarre y cuando le preguntaban dónde iba y respondía ‘a Aquelarre’ todos reían imaginándosela de vinos y copas pero no le importaba porque ahora sabía lo que su abuela no había logrado hacerle entender: los seres humanos responden al miedo y al odio más que a ninguna otra cosa y por eso las brujas son siempre temibles: porque ellas no tienen miedo, porque ellas saben, porque ellas curan, porque ellas tienen algo de magas, porque son dueñas de un sexto sentido que las hace sabias…y además son mujeres… son las hijas de las brujas que no pudisteis quemar…



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La versión más personal de todos nosotros, los que hacemos Loff.it. Hallazgos que nos gustan, nos inquietan, nos llenan, nos tocan y que queremos comentar contigo. Te los contamos de una forma distinta, próxima, como si estuviéramos sentados a una mesa tomando un café contigo.

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