365.

Érase una vez la historia de niño que tenía un sueño y lo dibujaba cada día... 365.

Logró armarse de valor para salir a la calle porque la necesidad de comprar leche y café era mayor que el terror que le provocaba el frío que intuía a través de los cristales; mientras esperaba al ascensor y daba una vuelta más a la bufanda sobre su cara, vio salir al más pequeño de sus vecinos seguido de su madre; lo miró y se preguntó si ella tendría la misma pinta de muñeco michelin que el niño terriblemente abrigado al que, sino fuera porque lo había visto salir por la puerta de la casa de sus vecinos, ni tan siquiera habría reconocido.

El niño, Mateo, llevaba su mochila a la espalda y caminaba con gran decisión, iba al parque a pintar los ‘árboles pequeños’, –es que voy a ser pintor-, dijo hablando desde el fondo de todos los tejidos con los que su madre intentaba burlar al frío y al constipado que éste podía regalarle al pequeño a cuenta de pintar los bonsáis del jardín botánico.

Salieron a la calle y tomaron caminos opuestos, sus vecinos hacia el parque y ella hacia el supermercado más cercano, que estaba a un paseo; compró café y leche, también se dejó tentar por unas galletas de naranja y chocolate; de camino a casa no pudo evitar acordarse del pequeño Mateo y su convicción pictórica así que desvió su camino y se asomó al jardín botánico; allí, bajo un manto de frío, estaba el pequeño Mateo con el block de dibujos abierto sobre las piernas y sus manos perfectamente enguantadas guiando al lápiz para que su bonsái fuera tan bonito como el original.

Su visita sirvió a la madre de Mateo como excusa para regresar a casa, el niño no protestó, dijo tener esbozos suficientes para terminar su trabajo en casa y miró una vez más a los árboles asegurándose de que guardaba los detalles en la retina; ella, al advertirlo, sacó su móvil e hizo unas fotos al vuelo a los bonsáis.

Cuando se despidieron al salir del ascensor, ella blandió su teléfono en alto y dijo en tono de broma –si tienes dudas al continuar con los dibujos avísame si? ¡no se te ocurra salir esta tarde al parque!– y añadió en voz baja, como queriendo burlar la vigilancia de la madre de Mateo –tengo chocolate…-.

Sobre las 5 de la tarde sonó el timbre y ella sonrió porque no necesitaba acercarse a la puerta para saber que era el pequeño Mateo quien llamaba; venía con su block de dibujos y el gesto torcido, su madre esperaba con los brazos cruzados en la puerta de su apartamento; ella les sonrió a ambos y estuvo tentada de ofrecerles un chocolate pero el rostro cansado de su vecina le sugirió una mejor opción –¿qué tal si Mateo merienda conmigo y repasamos juntos las fotos de los árboles? en un rato estará de vuelta…-.

Preparó un chocolate caliente para el pequeño y un café para ella y mientras revisaban las fotos y los dibujos de Mateo, hablaban sobre su empeño en salir cada día a pinta, hiciese el tiempo que hiciese o tuviera tantos deberes como tuviera… –es que quiero ser pintor- insistía el pequeño -y para ser un buen pintor de mayor hay que pintar mucho desde pequeño-; no sabía de donde había sacado Mateo aquella convicción pero lo veía tan seguro de lo que quería hacer que no se atrevía a ponerle ni un pero.

-365- dijo entonces Mateo; ella lo miró esperando una explicación a aquella cifra que podía ser tan alta o tan baja en función de a qué se estuviese refiriendo; –el año pasado hice 365 dibujos, uno cada día-, añadió el pequeño como nota aclaratoria; –eso son muchos dibujos– dijo ella sorprendida; Mateo se encogió de hombros como si el número de dibujos no significara gran cosa para él, –algunos no me gustan– añadió bajando el tono, como si estuviera confesando un secretoah… no?– preguntó ella tratando de animar a su pequeño vecino a delatarse… –es que a veces intento cosas difíciles y no me salen, por eso hago tantos dibujos, porque a veces después sí que me salen-.

Sonrió ante la sencillez del argumento de Mateo y el modo en el que él sólo con sus lápices y su block de dibujos estaba aprendiendo a esforzarse por mejorar y a no rendirse –estoy segura de que llegarás a ser un gran pintor– le dijo entonces; el niño sonrió con ese brillo en los ojos que sólo pinta la ilusión –eso me dice mi padre pero mi madre dice que aunque no sea un gran pintor no pasa nada– Mateo bebió el último sorbo de su taza de chocolate –¿y tú que dices?– preguntó ella, a lo que el pequeño respondió con total convicción: yo solo quiero pintar. Fue entonces, más que viendo sus intentos por reflejar los bonsáis del jardín botánico, cuando supo que su pequeño vecino llegaría a ser un gran pintor… o no, pero de lo que no cabía duda era de que sería siempre una persona de esas que tienen un sueño… y lo persiguen haciendo de su vida un camino a menudo difícil, duro… pero siempre apasionante.



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