10 palabras como 10 cuentos.
A cada palabra su cuento y a cada cuento su palabra y aquí 10 palabras para 10 cuentos o 10 cuentos como 10 palabras.
Nos gustan las palabras porque su poder es inmenso, las usamos para expresarnos, para contarnos, para hablarnos, para escribirnos y para leernos; las usamos para entendernos y expresarnos, para comprendernos y a veces incluso para curarnos.
Las palabras son un refugio en el que escondernos cuando las leemos en un libro, son cataplasmas emocionales cuando las ligamos en frases que recogen nuestra angustia para sacarla fuera y que duela menos, las palabras nos ayudan a organizar nuestras ideas, a poner en orden el caos que nos rodea y se nos cuela dentro cuando la vida nos pone boca abajo.
Las palabras son mágicas y son magia y por eso las palabras se explican en cuentos y por eso a veces los cuentos no necesitan más título que una sola palabra.
Hoy recordamos 10 The Sunday Tale como 10 palabras o 10 palabras que son cuentos, no pretenden ser los mejores cuentos ni mucho menos relatos de autoayuda, sólo intentan explicar cada palabra (palabras grandes, serias e importantes) con una pequeña historia: Resilencia. Verdades. Maestras. Embrujos. Rutina. Genio. Trampantojo. Belleza. Vértigo. Armonía. Esas son las palabras que queremos recordar hoy y lo hacemos recopilando los The Sunday Tale que las contaron.
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Resiliencia.
Érase una vez una batalla más en la que la clave no estaba en la estrategia ni en la táctica sino en la resilencia. Berta Rivera Dejó caer media cucharadita de estevia en el café y la vio desaparecer en él, removió con insistencia hasta asegurarse de que leche, café y estevia eran sólo uno y dio un trago a su primer café del día; lo hizo mirando hacia el montón de informes, folletos y papeles que había sobre su mesa y preguntándose cuánta resiliencia habría en su carácter. . ... más información → -
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Verdades.
Érase una vez una historia en la que las mentiras corrían con sus patitas cortas mientras las verdades avanzaba con sus patas largas. Berta Rivera La abuela Ariana ocupaba su rincón de siempre y tejía, entrecruzaba lanas de colores y hacía bufandas, gorros, manoplas y calcetines; y, mientras lo hacía, los pequeños jugaban a su alrededor como si no percibiesen su presencia, como si ella no tuviera ojos para ellos cuando, en realidad, era toda oídos y sus oídos eran suyos. Jamás intervenía en los enredos de los niños, tan solo elevaba la vista de su labor cuando el tono de los juegos subía en exceso, cuando los trucos de los unos y las mentiras y verdades de los otros alteraban el ambiente más de lo razonable en juegos infantiles; cuando los niños sentían su mirada en el cogote callaban mientras ella les sonreía agradeciendo su obediencia. Ariana era una vieja profesora que aun a pesar de llevar ya más de 20 años lejos de las aulas, mantenía intactas sus habilidades, su intuición se encendía cuando algún gesto o alguna palabra delataban a su experiencia algo de lo que merecía la pena preocuparse, no ocurría casi nunca porque con todos sus quehaceres y labores, con sus deberes, sus juegos a veces complicados, sus verdades y sus mentiras piadosas y con sus amigos más locos, sus nietos eran niños sanos y vitales por dentro y por fuera, eran nobles y las preocupaciones que regalaban a sus padres no iban un paso más allá de las que cabía esperar y por eso las frases más repetidas en aquel salón eran las clásicas: átate los zapatos, abróchate el abrigo que nos vamos, recoge los juguetes, ¿has hecho los deberes?, no grites, presta atención, cómete el pollo... más información → -
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Maestras.
Érase una vez las mujeres en la historia según ellas mismas lo han contado... Tus maestras, si tú quieres. Berta Rivera Aparcó su coche cerca del colegio en el que había entrado por primera vez con 4 años cumplidos y del que había salido por última vez, sin mirar atrás ni intención de volver jamás, con 17 años; bajó caminando la calle que tantas veces recorriera con sus amigas, descubrió que donde antes había un kiosko de chuches hoy había sólo un local cerrado y abandonado y, donde había estado la librería, hoy había una tienda de uniformes colegiales y otras prendas de ropa infantil. Miró hacia la inmensa mole que seguía siendo el que fuera su colegio y se encaminó hacia la gran escalinata que la llevaría hasta la puerta que tantas y tantas veces había cruzado. Saludos, abrazos, bienvenidas... más información → -
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Embrujos.
Érase una vez la historia de unas manos que hacían embrujos, o mejor, de unas manos que eran embrujos... Berta Rivera Embrujos, pócimas, brebajes y encantamientos; brujas, magos, meigas, duendes y otros trasgos; también trasnos, hadas, alicornios, hechiceras, demonios, sirenas, curuxas, xacios y biosbardos, tardos, urcos, nubeiros y lavandeiras. . ... más información → -
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Rutina.
Érase una vez una historia en la que las rutinas eran las buenas, no menos aburridas de lo que suelen ser, pero mejores de lo que imaginamos. Berta Rivera Durante las cálidas de intensas tardes de verano las calles permanecían vacías, apenas se veía gente caminando, apenas nadie se atrevía a asomarse más allá de su casa bajo el inclemente sol, sólo alguna lagartija de sangre fría se atrevía a asomarse a la vida y dejar que el sol la tocara; así era la vida en el pueblo, en todos los pueblos. Al caer la tarde, y luego la noche, la vida parecía llegar a las calles antes desiertas, la gente abandonaba sus refugios y salía a respirar, algunos se quedaban a dos pasos de la puerta de su casa, otros salían a caminar, los había que buscaban charla y compañía y algunos más sólo querían aire y respirar pero todos repetían cada día la misma rutina. Siempre le había parecido que, vistos desde arriba, las personas éramos algo así como pequeñas hormigas que nos movíamos a un ritmo marcado de antemano; esa sensación la había incitado siempre a huir de las masas, las costumbres, las rutinas... más información → -
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Genio.
Érase una vez la historia de una palabra que quería decir dos cosas a la vez... y no estar loca. Genio. Berta Rivera En cuanto llegaron a la entrada del parque, como si alguien hubiese dado el pistoletazo de salida a una carrera, los niños se lanzaron a pedalear en sus bicicletas a toda velocidad; sus padres, a un ritmo un poco más tranquilo, los seguían vigilantes; habían madrugado a pesar de ser domingo porque, de no hacerlo así, no hubieran podido disfrutar de un paseo con sus bicis antes de que el sol hiciera de la tierra infierno. Pasaron un rato perdiéndose y volviéndose a encontrar por los caminos del parque hasta que, un rato más tarde y ya con cansancio acumulado en sus piernas, se tiraron sobre la hierba a dar buena cuenta del agua que llevaban en sus bicis y el tentenpié que el padre sacó entonces de la pequeña mochila que cargaba. De mayor voy a ser ganador del tour de Francia, sentenció uno de los mellizos, ¿ah sí? preguntó su madre riendo y añadió ¿vas a ser ciclista profesional? el pequeño la miró extrañado, no, dijo, voy a ser ganador del Tour de Francia... más información → -
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Trampantojo.
Érase la vez una historia en la que la vida discurría de trampantojo en trampantojo porque nada -ni nadie- era lo que parecía... Berta Rivera El pequeño Asier respiraba con cierta dificultad, sus pequeñas piernas daban pasos cortos por las cuestas de adoquines y las escaleras de piedra; su padre lo miró sonriendo ante la cabezonería del pequeño, empeñado en renunciar al carro y a los brazos y en hacer uso de sus pequeñas piernas. Asier se quedó plantado frente a una tienda de souvenirs mirando hacia el lugar en el que había un montón de escudos y espadas de madera decorados y de su tamaño; al percatarse de lo que atraía la atención del pequeño, su padre se acercó a la mujer que atendía el puesto del mercadillo y compró un pack, se lo entregó al pequeño animándolo a seguir subiendo cuestas y escaleras a la conquista del castillo. El niño sonrió armado con su escudo y su espada y afrontó el siguiente tramo del camino; al llegar a la entrada del castillo levantó su espada como si fuese un caballero medieval dispuesto a atacar la fortaleza -tú- dijo su madre sonriendo -pequeño Cid, vamos por aquí, que nos van a contar muchas cosas de este castillo-... más información → -
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Belleza.
Érase una vez la historia de una cenicienta despistada a la que que le dieron las tres después de las doce. Berta Rivera Pasaban de las 3 de la madrugada cuando el taxi aparcó frente a la puerta de su casa, sacó la llave del bolso y entró, cerró la puerta tras de sí y echó la llave ante de encontrarse de nuevo consigo misma. Se sentó frente a su tocador, un pequeño gran lujo vintage que se había concedido hacía ya un tiempo, y comenzó su ritual nocturno con más parsimonia de la habitual; acababa de llegar a casa tras una larguísima cena de etiqueta, una de esas en las que hay que lucir un perfecto vestido a juego con unos tacones imposibles, un maquillaje perfecto con labios rouge y ojos ahumados, una sonrisa perfecta y la palabra justa en cada momento; todo tan perfecto que resultaba agotador y a veces incluso aburrido. Para cuando acabó de retirar el último rastro de maquillaje de su rostro ya había hecho volar los zapatos cada uno en una dirección y se había desembarazado del elegante vestido, se había puesto su pijama de seda y reía frente al espejo porque tras tanta crema y tanto tónico y tras tanto tocarse la cara, había dado tiempo al café de fin de cena para desvelarla del todo... más información → -
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Vértigo.
Caminó sobre el suelo transparente de la piscina y descubrió que el vértigo no es más que lo que queda cuando, en realidad, ya no queda nada. Berta Rivera Era domingo y la pequeña Áine, que acababa de cumplir 11 años, había decidido pasar la tarde escondida en su casa del árbol; se escabulló de la casa en cuanto sus padres se levantaron de la mesa para preparar el café y dejó a sus hermanos peleándose por los pastelillos de nata. Colocó unas cuantas piezas del puzzle que en 3D que estaba construyendo y, al rato, metió de nuevo la cabeza con todas sus emociones en el libro que estaba leyendo -Mujercitas-; le encantaba, sus hermanos, unos gemelos la mar de revoltosos, solían meterse con ella diciéndole que sólo leía libros de chicas pero no le importaba, a ella la historia de aquellas hermanas que tan bien contaba Louis May Alcott la tenía fascinada. Oyó entonces a su madre llamándola de regreso a casa pero, cuando se acercó a la escalera que debía recorrer para llegar al suelo, sintió un pequeño mareo... más información → -
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Armonía.
Érase una vez una historia en la que incluso las notas discordantes vibraban con armonía. Berta Rivera Abrió las ventanas de par en par, todas, para permitir que la calidez de los rayos del sol se colara hasta el último rincón de su apartamento; también los sonidos de la ciudad encontraron así camino de entrada a su vida pero, en aquel momento, no le importaba demasiado, incluso salió a la terraza para sentir un poco de tanta vida como latía ahí fuera. Vio una caravana de color calle arriba y otra similar calle abajo, vio a la gente correr y la oyó reir, el parque al final de la calle parecía tener cierto efecto imán y un río de gente cruzaba sus puertas; los edificios alrededor del suyo dibujaban también un perfil que era siempre el mismo pero distinto, cambiaba en la medida justa en la que la tierra se movía alrededor del sol, era una cuestión de luz; el cielo era tan azul como siempre y las nubes altas parecía no ser más que un mero detalle decorativo; pero además la ciudad sonaba, sonaba en sus coches y en sus voces, en su prisa y también en su belleza. Y entonces se dio cuenta de que la visión de la que disfrutaba desde su terraza era armonía hecha a la medida de lo urbano; nada estaba hecho en realidad para encajar y mucho menos de forma armónica, nadie se había vestido para coordinar su paleta de color con la de un vecino, nadie se ponía de acuerdo con nadie para hacer sonar su cláxon en uno u otro momento, nadie compaginaba su paso con otro, el sol no se había puesto deacuerdo con las nubes ni tampoco el parque había florecido por más razones que las naturales; nada en la ciudad, salvo tal vez el trazado de las calles (y no siempre) había sido ideado a conciencia en busca de la armonía real que adivinaba en la estampa que le regalaba la ciudad desde su terraza... más información →