Genio.

Érase una vez la historia de una palabra que quería decir dos cosas a la vez... y no estar loca. Genio.

En cuanto llegaron a la entrada del parque, como si alguien hubiese dado el pistoletazo de salida a una carrera, los niños se lanzaron a pedalear en sus bicicletas a toda velocidad; sus padres, a un ritmo un poco más tranquilo, los seguían vigilantes; habían madrugado a pesar de ser domingo porque, de no hacerlo así, no hubieran podido disfrutar de un paseo con sus bicis antes de que el sol hiciera de la tierra infierno.

Pasaron un rato perdiéndose y volviéndose a encontrar por los caminos del parque hasta que, un rato más tarde y ya con cansancio acumulado en sus piernas, se tiraron sobre la hierba a dar buena cuenta del agua que llevaban en sus bicis y el tentenpié que el padre sacó entonces de la pequeña mochila que cargaba.

De mayor voy a ser ganador del tour de Francia, sentenció uno de los mellizos, ¿ah sí? preguntó su madre riendo y añadió ¿vas a ser ciclista profesional? el pequeño la miró extrañado, no, dijo, voy a ser ganador del Tour de Francia. La risa fue general y nadie intentó explicar al pequeño que ser ciclista era condición sine qua non para ganar un Tour, su madre tomó nota, en todo caso, de la necesidad de enseñar a aquel pequeño alguna cosa acerca de los vericuetos del camino hacia el éxito.

Pues yo voy a ser un genio, dijo entonces el segundo de los mellizos en tono solemne, tanto sus padres como su hermano lo miraron como si esperasen alguna explicación a tamaño anuncio pero el pequeño no dijo nada más y fue su hermano quien trató de arrojar algo de luz sobre el asunto… ¿vas a vivir en una lámpara?, su hermano lo miró con cierto desprecio mientras sus padres trataban de contener la risa ante la deriva que tomaba aquella conversación.

No digo un genio de esos, comenzó a explicar el pequeño, pero antes de que pudiera terminar su hermano lo interrumpió gritando ¡va! ¡entonces no vale! ¡un genio de mala uva ya eres! ¡sólo te vas a hacer más grande!

La indignación del pequeño genio fue mayúscula y exigió a sus padres que pusieran un poco de orden para poder explicarse; voy a ser un genio de los que hacen cosas… geniales, cosas que no ha hecho nadie, algo nuevo y sorprendente… se hermano no pudo contener sus dudas y preguntó ¿vas a hacer magia?

El genio lo miró a punto de enfado pero de repente sonrió… tal vez, dijo, a lo mejor hago magia o a lo mejor otra cosa pero voy a ser un genio.

Ante un gesto de su padre, que comenzaba a ver el sol elevarse demasiado sobre el cielo y lo imaginaba cayendo sin piedad sobre sus cabezas, tomaron sus bicicletas y se dirigieron de vuelta a casa.

Los niños iban delante, uno junto a otro y llevando las bicis de la mano, sus padres los seguían de cerca comentando el ansia de éxito que parecía correr por las venas de los dos niños; tener ambiciones en la vida es bueno, comentó el padre como si hubiese leído la mente de la madre, ella sonrió sabiendo que algo así había ocurrido y respondió, lo sé, soñar también lo es… pero tendrán que aprender que los sueños no se cumplen sin más.

Ya en casa, el pequeño genio hizo alarde de su mala uva y fue reprendido por ello ¡no se puede tener tanto genio! ante lo que el futuro ganador del Tour exclamó ¡eso! ¡no se puede tener tanto genio aunque sí se puede ser un genio! Su exclamación, unida a la expresión de absoluta incomprensión que delataba su rostro, arrancaron las risas de toda la familia.

Aquella noche, ya tarde, casi de madrugada y como hacía siempre al acostarse, la madre pasó por la habitación de los niños como si pudiera así, de algún modo, velar sus sueños; miró a sus pequeños genios dormir a pierna suelta a pesar de lo tórrido de la noche y pensó en el árduo trabajo que tenían ambos por delante… sois genios, pequeños, pensó al mirarlos, todos los niños lo son… pero no todos logran descubrir cual es su genialidad ¿lo lograréis vosotros?. Apagó la luz y se retiró a descansar con ese desasosiego íntimo que la acompañaba desde la primera ecografía…

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Cabe que los genios sean sólo tipos mágicos que por algún avatar del destino acabaron en la tierra… o cabe que tenga razón Sir Ken Robinson y son, en realidad, personas comunes, como cualquier otra, que lograron descubrir para qué estaban mejor dotados y dedicaron a ello sus esfuerzos haciendo de su existencia la de un genio. Si queréis saber más acerca de lo que dice Sir Ken Robinson preparáos a disfrutar una charla TED.



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