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Concierto para clarinete KV 622, Rondó-Allegro. Wolfgang Amadeus Mozart. Vídeo, letra e información.

El testamento musical de Mozart, con permiso del Réquiem.

La muerte de Mozart dos meses después de terminar su concierto para clarinete en La menor supuso que ésta fuera su última obra instrumental -seguida sólo por el Ave Verum Corpus KV 618 y el Réquiem que no terminó- y una declaración de su amistad con el virtuoso clarinetista Anton Stadler.

Presionado por una gran cantidad de deudas, viviendo en medio de una inmensa pobreza material y con su salud quebrantada, Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) aún tiene fuerzas para trabajar sin cesar. Es el período de sus grandes obras maestras, como el último Concierto para piano nº 27 KV 595, el Quinteto de cuerda KV 614, el Ave Verum Corpus, La Clemenza di Tito, La Flauta Mágica, el Réquiem… Pero aún le faltaba esta obra maestra indiscutible.

El 7 de octubre de 1791 escribe a su esposa Constanza acerca del gran éxito que en esos días había tenido su ópera La Flauta Mágica y cómo tiene ya casi listo el concierto para clarinete y orquesta que estaba componiendo para Stodla, apodo con el que cariñosamente se refería a su amigo Anton Stadler, virtuoso clarinetista vienés y compañero de su logia masónica, para quien Mozart compondría, además del Concierto K622, el Quinteto KV 581 y las partes obligadas de la Arias de la ópera La Clemenza di Tito.

El estreno del Concierto en La mayor para Clarinete y Orquesta KV 622, tuvo lugar el 16 de Octubre de 1791, en un concierto que el clarinetista ofreció para su beneficencia en el Teatro Nacional de Praga. La obra fue concebida originalmente para clarinete di basseto, instrumento que llega una tercera más grave que el clarinete ordinario y sobre el que Stadler, con la ayuda de Teodore Lootz, tuvo que realizar las oportunas alteraciones para obtener el registro que Mozart deseaba para la obra.

El tercer movimiento, Rondó, es un buen ejemplo de cómo el compositor logra contrastar diversos estados anímicos, captando el carácter alegre del clarinete y explotando, una vez más, el virtuosismo del clarinetista. Pese a ser un movimiento escrito dentro de los parámetros estructurales del clasicismo, esta última parte del concierto está llena de sensibilidad, adelantándose a la intencionalidad de la música de épocas posteriores.

De no ser por el Réquiem, esta obra sería, por su incuestionable perfección y transparencia, el testamento musical de Mozart y la favorita, entre tantas obras, entre músicos y melómanos.



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