La dalia negra.

El halo que deja un perfume tras tus pasos encierra el mayor de los misterios, envuelve los sentidos de quien se aventura a seguirte, los despierta y encandila, los une inseparablemente a ti en los secretos que calla cada nota de tu aroma… Ese es el misterio al que se rinde Dahlia Noir, el primer perfume de Givenchy bajo la dirección creativa de Riccardo Tisci.

La dalia negra es una mujer bella que atrapa en la fatal dulzura de su mirada a quien se siente atraído por sus pétalos de seda oscura mecidos al aire… todo un juego de claroscuros florales y literarios para presentar un perfume -firmado por Fraçois Demachy al calor del imaginario italiano de Tisci– digno de su primer predecesor, el primer aroma Givenchy compuesto por Hubert de Givenchy en 1957.

Dahlia Noir es un perfume denso, balsámico, envolvente… y cargado de misticismo en sus notas más cenicientas; pero no es oscuro ni apagado, los aromas florales renacen en las cenizas cual ave fénix y llaman a piel, a beso y a caricia… porque Dahlia Noir aviva el deseo más íntimo y eterno, el más humano, placentero y carnal capaz de despertar al calor de un aroma.

Sándalo, pachuli y haba tonka empolvan el aroma en notas profundas, envolventes, cenicientas e incitantes para que en ellas renazca la naturalidad floral de la rosa, el lirio y la mimosa; la conjunción de los aromas amaderados -entre los que se concentra el misticismo que llama a piel y a deseo- con los florales -entre los que se haya el placer- es el perfume de una flor que no existe, la dalia negra… un perfume contenido en cristal de Baccarat modelado por Fabien Baron.

Y hay más… porque en realidad, Dahlia  Noir, es más que un perfume, es también un agua de colonia -más suave y frutal que su esencia-, es un gel, una crema y una vela para que la íntima ceremonia del baño se convierta en un momento de placeres compartidos… o no.