Vuelta a empezar.
No hay más calma que la engendrada por la razón. Séneca.
Desde su nueva silla de escribir recorría la mesa que tenía frente a ella y todo lo que le daba vida… allí estaba su ordenador -en ese momento apagado, silencioso, en espera de luz y letras- su pequeña lámpara de mesa de cada noche, dos cuadernos, un bote de lapiceros de colores y un montón de libros de historias variopintas…
Era su rincón de trabajo ya listo para su particular vuelta al cole, a los quehaceres, textos, proyectos, letras, deadlines, entregas, dibujos, ideas, novedades y sueños… pero eso sería al día siguiente, el lunes, al domingo le esperaban asuntos de corte un tanto más hedonista.
Se echó al hombro el bolso con la cámara de fotos sin pensar si quiera en su verdadero dueño y –calzada para pisar asfalto en continuo avance largo rato- se lanzó a las calles en busca del enfoque perfecto…
Amaba esa búsqueda constante de imágenes irrepetibles porque absorvía toda la actividad que su cabeza soportaba, se perdía en los pequeños detalles de cada rincón del mundo y de la vida, iba saltando de parques a jardines, fuentes, museos, palacios, estandartes, monumentos, gentes, calles… en la inmensidad de Madrid y dejando rastro de su caminar, además de en la memoria propia, en la de su cámara.
El tiempo contenido en un reloj, la belleza mimada en un aperitivo degustable, un aroma sensual y un tacón sofisticado; un pañuelo al cuello, el sonido al cubo, el bolso de una diva y los palillos japoneses de un gallego; la pasión del rojo en un descapotable aparcado junto otro más antiguo y sorprendente, un vestido de cuento, un hombre en traje sastre, un niño en jeans y más tiempo para más pasos, más camino, más enfoques… más vida.
Y vuelta a casa, a volcar tanto visto en la memoria de su ordenador para jugar a juntar y a separar, a poner y quitar efectos, a recortar… y todo para hacer un collage de retazos bellos de la vida absolutamente impersonales más allá de ser ella quien se había escondido tras la cámara en cada uno de aquellos enfoques… era ese tipo de belleza apacible, que deleita los sentidos y apacigua la emoción en un letargo de paz y silencio… que ya habría tiempo luego para el desasosiego de la pasión cuando sintiera alma, cabeza, corazón y vida capaces de soportarlo.
-Cosa por demás sabida es que el esperar no agrada, pero el que más se apresura no es el que más trecho avanza, que para hacer ciertas cosas se requiere tiempo y calma-. Esa frase de Perrault fue la elegida como todo texto de aquel collage de retazos de belleza…