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Voyage, voyage.

Hay quien pasea por el mundo sin dejar que el mundo pase por él y, a pesar de eso...

No importaba cuánto calor pudiese hacer aquellos días, sabía bien que eran los últimos coletazos de un verano que, ya fuera por tardío o revoltoso, iluminaba su tiempo amenazando con no dejar paso al otoño; pero la tormenta de un día, las nubes de otro y la brisa fresca de atardecer no dejaban lugar a dudas… era el final del verano que se acercaba lenta e irremediablemente.

Eran unos días un tanto caóticos que bailaban entre los que sobrellevaban la tristeza del regreso con la ilusión de quienes se iban, y es que en verano todo parecía girar entorno a un viaje o mil y eso, a ellos, no podía parecerles más que la mejor de las opciones.

Viajar es vivir– insistía ella una vez más –es el remedio perfecto contra la tontería; descubrir que hay otros modos de sentir y de estar en el mundo y que la nuestra no es necesariamente la mejor opción-. Él asintió sin demasiado convencimiento y preguntó –¿cuál crees entonces que es la mejor? … y ¿qué haces que no te has zambullido ya en ella?-. Fue ella entonces quien sonrió avanzando un paso por delante de él, no iba a caer en la trampa de un planteamiento tan simple.

Ni lo sé ni me importa, el mundo es diverso como lo somos los seres humanos, lo que para nosotros es perfecto para otros es una aberración y a la inversa… ¿límites? los de la humanidad, que son todos y es ninguno… no sé, el respeto al ser humano, supongo.

¿Sólo al ser humano?– insistió él… ella hizo un gesto desdeñoso, no quería avanzar por la deriva filosófica de la conversación, pisaba terreno más cercano, más fácil… –mira, sin ir lejos, a poco que te muevas, puedes descubrir que no piensa igual un isleño que un tipo de Madrid, que por muy global que sea el mundo, se siente distinto en Milan que en Londres, en París, en Turquía o en Marruecos, y están sólo a un salto. Oriente y occidente son mundos distintos, de Bali o Mauricio a Europa va una vida, incluso de Argentina acá, a Brasil o a Nueva York… no se siente igual en el desierto que en un paraíso de mar o en u oasis. Es una cuestión cultural y humana… ver mundo es bueno-.

Eso no lo dudo– claudicó él… no sin apostillar –pero no olvides que hay quien pasea por el mundo sin dejar que el mundo pase por él-.

Por supuesto– continuó ella dispuesta a que aquella tarde la última palabra fuera la suya –también hay quien mira sin ver, quien ama sin sentir, quien ríe sin gracia y quien llora sin más… El ser humano, querido, es un animal único y capaz de lo impensable… incluso de albergar especímenes idiotas-.

Sin mediar más palabra que aquellas, recogió las tazas del café y se encaminó a la cocina dejándolo a él plantado en el salón y cuestionándose si aquella tarde el idiota era él.



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