Viajar, volar, soñar… vivir.
...por eso estaban en Roma aquellos días, como estarían siempre en cualquier lugar donde y cuando mereciera la pena contar que otro mundo es posible.
Son tantas las razones para viajar… – pensaba al terminar de preparar su equipaje – en realidad hay tan solo motivos, asuntos, momentos… que te obligan a quedarte temporalmente en tierra pero las razones, las lógicas y ciertas razones, junto a la curiosidad, llevan siempre al vuelo, a la carretera… al mundo.
Le sorprendió ver la gran maleta que él cargaba… y supo al instante que tramaba algo, que le esperaban algo más que unos días en Italia, cerca de Roma, viendo a antiguos amigos con los que habían vivido sus primeras aventuras en cooperación internacional bajo los auspicios del Programa Mundial de Alimentos al que, de una u otra forma, seguían unidos y seguían apoyando. – Gran ajuar llevas para sólo tres días… aunque sean en Borgo dei Conti – sonrió mirándole de medio lado, él le devolvió la sonrisa fingiendo inocencia y sin añadir una palabra…
Escucharle de nuevo hablar de Meki y ver esa luz, ese brillo en su mirada eran una misma cosa; pero ya no se le encogía el alma del mismo modo, sabía que él estaba ya unos pasos más allá, no se conformaba con luchar solo con su vida y sus manos, aspiraba a llevar los ojos y el corazón del mundo hacia quienes necesitan una mano amiga, una ayuda, un motivo para soñar, un empujón para vivir, para pintar una vida buena… y esa luz, ese brillo que se traducía en pasión en su voz y en sus tonos, aglutinaba la atención de las buenas gentes, él lo sabía como lo sabía ella y como lo sabían sus compañeros de batallas a lo largo de los años, por eso estaban en Roma aquellos días, como estarían siempre en cualquier lugar donde y cuando mereciera la pena contar que otro mundo es posible.
Él se sentía feliz, por muchas razones pero especialmente por ella, porque sentía que empezaba a entenderlo sin que eso supusiera alejarse de él, porque se unía a su sentir en el convencimiento de que la vida es tan inmensa como el mundo, tan imposible degustar todos sus bocados como absurdo renunciar a aquellos que tenemos al alcance de la mano, porque quería saborear la vida y el mundo junto a él tanto como él deseaba compartir con ella luchas y aventuras. Y se alegró de haber reservado una pequeña sorpresa para el final de aquel viaje…
Ella no se sorprendió por el cambio de itinerario, él nunca había sido un tipo de pequeños detalles, sí de grandes sopresas… pero, ni aún esperando una locura, podía imaginar el rincón del mundo que aguardaba su llegada.
Pisar la nieve de Laponia, abrigada como no recordaba haberse abrigado nunca antes en su vida, resultaba evocador y onírico… Se sentía niña de nuevo, imaginaba las cabañas que había visto en el catálogo durante el vuelo, e imaginaba también a Papá Noel y sus elfos paseando en trineo junto a ella, entrando en su cabaña a disfrutar un chocolate… Esas ideas ilusionaban su emoción cuando llegaron a la aldea de los iglús y se quedó allí, plantada en la nieve, sin dar crédito al lugar en que estaba, al momento que vivía… Él la miraba feliz – éste es el año de las luces del norte, niña… y vamos a verlas juntos – Ella se colgó de su cuello, aún a pesar del mundo de ropas que los separaba…
Life Looks Good