Un pequeño deseo.

Acarició sus manos para suavizar las huellas de la media vida de servicio...

Acarició sus manos para suavizar las huellas de la media vida de servicio que llevaban ya entre sus palmas y falanges; se detuvo un momento a mirarlas, desnudas del tic tac de las muñecas, del secreto de sus dedos … sintiendo como el tiempo anidaba en sus arrugas a la vez que se escurría entre sus manos en su loca e infinita carrera hacia el fin de los días.

Eran solo las once menos veinte de un domingo frío, de nubes bajas y viento del norte, decidió perderse un rato en historias de trabajos forzados, ajenos a ella, para así ahuyentar sus queridos recuerdos, esos que, como las líneas de sus manos, le recordaban el correr del tiempo y su recorrer la vida, los que hacían sonar su tic tac interior y lanzaban a su razón y a su emoción una y otra vez la misma pregunta sin respuesta … ¿y ahora qué?

Y así estaba, a vueltas con los pasados y futuros, pero poco dispuesta a dejar escapar el día en la nostalgia del recuerdo y la insensatez de las dudas … abrigó su corazón inquieto, haciendo como quien no ve cuando de hecho vio sus zapatos de vestir y unos gemelos olvidados en un rincón del armario … sabiendo que había también algo más íntimo en un cajón; sin pensar, unas gotas de perfume, lazo al hombro … y a la calle.

El bullicio de las calles y el olor del otoño calmaron su inquietud en pocos pasos pero no pudo evitar una nueva ola de nostalgia cuando a medio paseo se encendieron las luces, todas, farolas y faroles, escaparates y carteles … y las de la navidad hacia la que se encaminaba inexorablemente el final de noviembre, hacia diciembre … Una mujer daba vida a un organillo y de unos pasos más allá le llegaba el aroma a fuego y brasas …

Mientras esperaba que aquel hombre tranquilo diera por asadas las castañas para hacerse con un cucurucho lleno de ellas, observaba a un niño que, envuelto en rayas de colores y bolsillos, abrazaba con sus pequeñas manos enguantadas una bolsa decorada con una estrella amarilla y un pequeño deseo … Le llegaban retazos de la conversación entre el pequeño y el hombre tranquilo que asaba castañas … no prestaba mucha atención porque las preguntas eran tan típicas como “¿qué vas a ser de mayor?” …  hasta que la respuesta del pequeño golpeó su nostalgia y sus preguntas dejando caer las respuetas como caen las hojas del otoño … el pequeño respondió con el convencimiento de quien no concibe otra respuesta, otra opción ni otro camino: «feliz» – dijo … y sonrió.



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