Un día más.
Pensó en evadirse y marcharse a lucir piel y palmito sin dejar de su intención ni medio aviso tras de sí...
Despertó sola aquel domingo y se levantó enfadada con el mundo, sintiéndose en una rueda que no hacía más que girar sobre sí misma, avanzando cada día desde su amanecer para volver a empezar al día siguiente. Enfocó su rabia e inquietud y dio tres vueltas más sobre sí misma para decidir qué hacer con aquel domingo que se había presentado hacía ya rato…
Pensó en evadirse y marcharse a lucir piel y palmito sin dejar de su intención ni medio aviso tras de sí, regalarse tiempo a sí misma para ver el mundo perla a perla era ya casi un sueño vintage en su cabeza; pensó en París y sus cafés, en Madrid y sus vinos, en las alturas de Amsterdam, en las promesas rotas y las que nunca se hicieron; imaginó en seda, brillos, esencias y burbujas; y soñó despierta sin soñar, sin pensar… sintiendo tan solo quietud.
Tras ese rato de locura, de mente desbocada en cien ideas y mi sueños, llegada la quietud, llegó la claridad… Se preparó un baño de espuma entre pequeñas velas de aromas dulces, bajó la luz, subió la calma y se sumergió en aquella quietud fingida, construida solo para su goce y su descanso.
Y así, sumergida en la paz y la calma, despertaron sus sentidos y con ellos sus deseos, los gustos ignorados en el loco discurrir de cada día… pensó en té y chocolate, en mango, yougurt y helado; también en Dalia, Nina y Balmain; sabores y aromas que le acariciaban el gusto y en los que podría instalarse de por vida y sueños… imaginó un paseo en jeans y zapatillas lejos de las voces que componía la vida en su cabeza, lejos de cada ‘tengo que’, ‘debo’…
Y no lo pensó más; iba a ser aquel un domingo de hacer lo que le piediera el cuerpo y sus sentidos por lo que abandonó el baño, solpló las velas, hizo un té y mordió un chocolate… se puso sus jeans y calzó las zapatillas tras perfumarse con Nina, y pintarse en rosa. Se abrigó, a sabiendas del engaño del sol de febrero, tan luminoso como helado, y se adentró en las calles inconsciente de las prisas y locuras ajenas, consciente solo de si misma y de su calma, del aire frío en su rostro y de la calma que en cada paso se hacía con un pedazo más de su inquieta cabeza.
Cayó la noche y sonrió porque, por una vez, el día no había sido breve ni escaso, había sido vivido y disfrutado en todos sus minutos y su intesidad no había sido otra que la de satisfacer las más sencillas intenciones de su gusto; se levantó de un salto del sofá al escuchar el alegre tintineo de su móvil, sabía quien estaría al otro lado.
Tras unas risas y unos besos… –¿qué tal?– preguntó él –¿qué has hecho hoy?– La respuesta no ofrecía lugar a la duda –nada-. Él se extrañó e incluso se preocupó un punto porque sabía que no era ella persona de nadas; intuyendo su duda y su inquietud ella le envió una sonrisa… –era la nada buena, la de descansar y darse el gusto-.