Tostado, ocre, amarillo…

Y una cerveza tostada.

Tostado, ocre y amarillo… así sentía el otoño desde su amanecer de cada día hasta la caída de sol en cada una de sus tardes; la noche era otra historia de color más intenso y profundo, más oscuro, elocuente y vivo… más denso.

Claro que la densidad se diluía al amanecer, cuando el amarillo se sonrojaba sobre las nubes tintando el azul en magia al crear un cielo impresionista; tras ese arrebato de luminosidad que era de otoño como podía haber sido de verano, todo cambia…

Y cambia porque el amarillo se apaga abrazando al ocre y creando bellas atmósferas vintage como la que reinaba entonces en su salón; cumplidas hacía ya rato las 12 del mediodía, decidió que aquel domingo lo era también de cerveza tostada y queso, de pan con aceite a media luz, de lectura, reflexión y paz.

Así fue transcurriendo aquel día tostado, ocre y amarillo; entre sabores de pueblo y luces cálidas, entre la evasión de una novela y la evocación de la poesía, entre tejidos, oro, pañuelos, zapatos y otros complementos… y así cayó la noche del cielo sin previo aviso ni tiempo de descuento.

Dio más vida a la luz huyendo así de la densidad de la noche y alargando el día, aunque fuese de forma y modo artificial, con el único y último propósito de… sobrevivir. Pero aquella noche no estaría sola, aquella noche sería el punto y final de un dejar hacer y decidir, de un dar tiempo, espacio y ocupación para centrar la vida en sí misma y en su alma…

Cuando él se sentó frente a ella, la intensidad de los hechizos en negro se hizo cargo del momento y el momento de ellos dos. No hubo grandes palabras porque cuando las miradas se entienden no hacen falta más palabras que las que pueden cifrarse en una caída de ojos más o menos, en un gesto inconsciente de roce y piel, de labios que buscan y se buscan con intención de, aun callados, decirlo todo sin gastar palabra ni dejar duda al entendimiento ajeno.

No supo cómo ni por qué, o quizá no quiso saberlo, pero cuando él se acercó clavando sus ojos de mirada desnuda y clara en ella algo -aun desgastado, roto y mal compuesto- despertó en ella con la misma energía de vida y sueños que llevaba él escrita en las palmas de sus manos.

La intensidad de la noche se vistió de pasión y de deseo , de piel con piel y anhelos nuevos, de amores maltrechos y sensaciones renovadas, de sentir, de reír, de amar… y carpe diem porque… ¿quién sabe lo que puede ocurrir mañana?



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