Tiempo.

La vida no era más, ni menos, que una cuestión de tiempos...

Tiró el teléfono al sofá con gesto airado, bajó la pantalla del portátil apagándolo así por la fuerza y salió a caminar largo y tendido… ¿Para qué pelear por ganar tiempo a la vida si la vida se le iba corriendo detrás del tiempo? se preguntaba…

No había nada más etéreo y más volátil que el tiempo, nada más subjetivo e irreal que su discurrir en sus 24 horas por día y 7 días por semana; el tiempo no era más que una sensación que se teñía del color de la emoción que discurría por él, de ahí que los 60 minutos de una hora pudiesen ser un mundo o nada en función de lo que se viviese en ellos; y de ahí su malestar y su disgusto, de sentir que el tiempo volaba entre sus manos sin acabar de llenarse como esperaba, sin que le diese tiempo a catarlo y sentir sus matices, sin que sirviese de nada su carrera hacia adelante apurando los tragos del tiempo del día con intención de anticipar los del día siguiente y adelantarse así a lo que estaba por llegar.

Claro que lo que estaba por llegar no era más que otro pedazo de tiempo de su vida, otro montón de horas hacinadas en el día siguiente, horas que le sabrían de nuevo a poco, que se dejarían de nuevo en el tintero media vida y que la llevarían a enredarse de nuevo es su carrera contra el tiempo.

Una carrera con la derrota sellada en su pasaporte porque el tiempo pasa a ritmo continuo y constante, traquilo y siempre hacia delante mientras para ella parecía una cuenta atrás inexorable hacia un destino incierto porque, para hacerlo cierto, debía cumplir la hoja de ruta que se marcaba cada mañana y jamás, al terminar el día, podía darla por hecha.

Mientras caminaba, a paso raudo y convincente marcado por la ira contenida que hervía en su cabeza, descubrió un atisbo de luz… cabe que la cuestión no fuese el tiempo en sí mismo, en sus minutos y en sus horas, sino su empeño por poner orden y concierto en su discurrir, un orden y un concierto que estaba, a todas luces, sobredimensionado…

Y, aun a pesar de todo, cuando ya el caminar había aplacado su ira, se prometió borrar de su diccionaro aquello de ‘no tengo tiempo…‘ porque el tiempo no se tiene ni se deja de tener, porque el tiempo es y está a su hora y en su lugar, siempre puntual, porque el tiempo no se anticipa ni se detiene, no se contiene, ni tan siquiera se pierde ni se encuentra… el tiempo simplemente pasa curioso y expectante, preguntándose qué harás en él…

Y ella aquel domingo decidió que, por primera vez en mucho tiempo, lo que iba a hacer sería guardar el calendario de tareas y degustar las horas muertas del día tonto de la semana.



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