La maleta de Munch.

"Caminaba con la parsimonia del jet lag; arrastrando el grito de Munch por el aeropuerto …"

Caminaba con la parsimonia del jet lag; arrastrando el grito de Munch por el aeropuerto y tras un interminable vuelo de retorno de Guatemala, con una escala de esas que él sabía llenar e incluso disfrutar pero que a ella la agotaban y aburrían irremediablemente. Ya acomodada  en el taxi, camino a casa, miró el reloj … y sintió la inmediatez de una tarea pendiente …

Tenía una llamada que devolver, la había visto al tiempo que respondía la que le llegaba para pedirle su colaboración en Guatemala y, con la excusa del viaje, las prisas, el no-tiempo … había ido dejando pasar los días pero sabía bien que, aún sin ser de los que llama dos veces, él no aceptaría, en modo alguno, la callada por respuesta …

Ya en casa se deshizo de sus viajadas zapatillas y se permitió una ducha templada y lenta con intención de relajar su cuerpo y despejar su mente; sentada frente a la cómoda cepilló su cabello con ese mismo temple y pausa … y, calzada acorde a los calores de la época, deshizo la maleta. Colocó los maquillajes veraniegos sobre la cómoda y también el perfume al que no había podido resistirse en la escala en Acapulco …  como tampoco había podido evitar hacerse con una botella del único champán que podía tomarse con hielo sin que nadie lo considerara un sacrilegio, lo guardó en la nevera a la espera de una ocasión especial merecedora de su descorche.

Ya desde el sofá y a la luz de su lámpara globo, un detalle de ilusión infantil que le encantó para su nueva casa y su nueva vida, dejó sobre la mesa circular el  bol en el que había logrado componer una ensalada con el vacío de su despensa, y cogió el iphone …

El día que abandonó África, dejándolo a él atrás, sintió que estaba rompiendo con su propia vida pero el transcurrir de los días le había demostrado que cuando se han compartido tantas pasiones, nunca se rompe del todo … ocurre lo que al partir la rama de un árbol … oyes su doliente crujir y ves saltar las astillas pero se mantiene unida una mitad a la otra por pequeños e indisolubles hilos de madera … Para romper del todo tendría que romper con tanto compartido, con tanto que los unía … y no, no iba a hacer eso que tantas veces le había reprochado a él, no iba a huir de su vida ni de sí misma para alejarse de él … iba a devolverle la maldita llamada.

Se dejó caer con alivio y temor sobre los cojines que decoraban el sofá … y es que se le habían ocurrido mil y una razones por las que él la llamara pero que fuese a estar en Madrid pronto y quisiera verla no era una de ellas …



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