Sutilezas.
Entre la verdad y la mentira baila la sutileza, que es a veces el silencio, otras la sonrisa, algunas la palabra y siempre una acogida.
–Cómo le digo, cómo le cuento, cómo lo hago… qué complicados somos caramba!- se quejó ella soltando al fin el teléfono tras un rato de interminable charla con su hermana –ser sutil tiene su punto, su importancia incluso, pero a veces hay que echarle cierto valor a la vida y dejarse de vueltas y revueltas!- se dejó caer de nuevo en la cama, gratamente sorprendida al verlo a él todavía en ella aun estando ya el sol en lo alto…
–¿Qué ocurre?– preguntó él, que no acababa de entender sus lamentos –mi hermana… ya sabes, que por no decir no dice ni lo que debe, y mi madre, que se cuela por su silencio mandando y ordenando como si fuese ella quien marca el paso… y mi hermana habla algo pero… es tan sutil que…-.
La sutileza es un absurdo– sentenció él ante la mirada en calma… sutil, de ella –la vida es finita, empieza, transcurre y muere, se pasa, vuela, se escurre entre los dedos y los sueños… andarse con sutilezas ¿por qué? ¿para qué?-.
–Te ha quedado bien el argumento– respondió ella una vez parecía que había terminado él su discurso –si no fuera porque, en realidad, ni tú mismo te crees lo que dices, que no es que no sea cierto, sino que olvidas mucho, y lo sabes-.
–¿Cuándo he sido yo de sutileza?- preguntó entonces él, sintiéndose levemente ofendido por unas palabras que, entendía él, lo acusaban veladamente de mentir.
Sonrió ella entonces… y comenzó su dulce enumeración de sutilezas.
-Eres sutil cuando miras de frente, a los ojos, y sonríes; cuando abandonas una caricia con la mano vuelta como inconsciente de la piel que tocas; eres sutil cuando te perfumas y te acercas, cuando respiras mi aroma y te alejas; cuando me observas… y cuando te resistes a desnudar mi piel de lencería-.
El no acertaba a rebatir su tesis pues no encontraba el modo de desdecir sus argumentos –poética sutileza la mía, no?– preguntó sonriendo divertido al verse convertido en un Hamlet o un Romeo más que un arrebatador William Wallace con el que siempre se había sentido en más consonancia.
-La tuya es una pasión sutil, y lo sabes, es tan profunda, tan arrebatadora y tan tú que si no fuera sutil te mataría…-.
Sobrevino un dulce silencio entre dos almas que se abrazan sutilmente bajo las sábanas…
–Quizá– se arrancó él compartiendo sus pensamientos con ella –…quizá a veces confundimos la discreción de lo sutil con la mentira… es cierto que tendemos a pensar que la verdad es buena sin medir a veces sus efectos en el mundo-.
–Entre la verdad y la mentira– sentenció entonces ella –baila la sutileza que es a veces el silencio, otras la sonrisa, algunas la palabra y siempre una acogida-.
-Seamos sutiles pues- sonrió él –y amémonos– culminó ella su sutil charla plantando un beso en su sonrisa…
Y es que, a pesar de las llamadas intempestivas, las mañanas de domingo en primavera… tienen su aquel… y su fruta.