Sentidos.
Érase una vez la historia de un grupo de amigos que se reencontró, entre pragmatismos y sendios, tras 10 años sin verse.
Se arregló de modo informal como correspondía a su evento del día o, al menos, como ella quería verse en aquella ocasión que no lograba decidir si le apetecía o no. Por fin, después de más de diez años de noes e imposibles de los unos y los otros, también suyos, su amiga del alma, de estudios y de confesiones irrepetibles había logrado organizar una cena en la que estarían todos, ella también. Con todos sus sentidos.
Le apetecía ver a sus amigos de siempre pero sentía también mucha pereza por la reunión, hacía demasiado tiempo que no sabían los unos de los otros más que por algún mail ocasional o algún comentario indiscreto y se veía ya poniendo la sonrisa de cortesía ante un grupo de personas que, estaba segura, no eran los que fueron como tampoco lo era ella. Claro que también cabía la posibilidad de que las cosas fueran distintas y, sólo por eso, merecía la pena acercarse al restaurante.
Se puso un poco más de rojo en los labios y se alargó más las pestañas dejando caer el pelo sobre su rostro, sabía que era absurdo pero el maquillaje ejercía en ella el mismo efecto que sus grandes gafas de sol -imposible llevarlas a una cena, claro-, se escondía tras esos accesorios como si pudieran ocultarla, en cierto modo lo hacían, había momentos en los que la gente no veía de ella más que su rostro pintado.
La velada no empezó mal, cierto es que había muchas risas enlatadas pero quienes hacían uso de ellas fueron los primeros en marcharse y al final, como sucedía en sus tiempos de estudiantes, sólo quedaban los mejores. Las copas se convirtieron en el mejor momento de la noche, terraceo del bueno por los cielos de Madrid y gin tonics para todos.
Y ahí, en ese punto de relajación que sólo el gin suma al tonic y a quien se lo bebe, llegaron las conversaciones más intensas, las más interesantes, esas en las que la boca confiesa lo que la cabeza quería callar antes de que el gin actuara como un suero de la verdad.
–Estudiar, crecer, ganar, ascender, ganar… ¿recordáis?– ella sonrió ante la pregunta de su amiga que tenía en realidad mucho de retórica ¿cómo no recordar las retaílas de consejos que habían oído cada día durante tantos años? –intentaban hacer carrera de nosotros– comentó con cierta ironía –pero éramos rebeldes sin causa… o causas perdidas, según se mire-.
–No es eso– negó uno de los asistentes a quien ella no lograba ubicar en su mundo diez años atrás –el mundo era más sencillo para ellos, era más sencillo antes de lo que lo ha sido para nosotros y de lo que lo será para nuestros hijos-.
–No estoy deacuerdo– respondió ella, aquel tipo tenía la capacidad de alterarla y le bastó descubrir en él aquella cualidad para recordar quien era –no tiene que ver con la complejidad del mundo sino con cómo lo vives, tú decides si vas por el camino de la ambición y haces del ascenso y de ganar tu mantra en la vida o si vas por el camino de los sentidos. En el fondo es sencillo, pragmatismo frente a emocionalidad, no es nada nuevo-.
Su amiga del alma se tapaba la boca con la copa conteniendo la risa, le resultaba sorprendente ver como entre aquellos dos seguía viva aquella aversión mutua después de tanto tiempo.
–Los sentidos– dijo él –¿qué sentidos? ¿así es como vives? ¿sintiendo sin más?–
Ella tomo un trago largo de su copa antes de responderle –querido– dijo con cierta condescendencia –todos vivimos sintiendo, todos vivimos a través de los sentimos, todos vivimos por y para lo que sentimos; lo que sucede es que sólo algunos sabemos que los sentidos son los que dan sentido a la vida y nos dedicamos a usarlos mucho más conscientemente que el resto de los comunes mortales– su amiga le dio un codazo advirtiéndole en un sólo gesto que se estaba explayando en exceso pero a ella no le importó. –Lo que quiero decir– continuó –es que una vez sabes que vives a través de los sentidos y te rindes a ellos dedicándote a deleitarlos, comienzas a entender el sentido de la vida y a sentir que la felicidad está en ti y no en nada que puedas ganar, por eso me gusta mirar sólo a las cosas y a las personas bellas, escuchar música que me transporta, perderme entre fragancias evocadoras, tocarlo todo y… beberme una copa-.
-No has cambiado mucho- dijo él –tú tampoco– respondió ella y las carcajadas de todos inundaron el cielo de Madrid porque lo que realmente se sentía aquella noche era la alegría de verse… y reconocerse, reconocer en quienes eran, quienes fueron.