Sales.
Érase una vez una tarde de rebajas y descuentos, de ropa de firma, calzado de diseño... y sales de baño (o no).
Sales. Sales de baño era lo que iba a necesitar al volver de las rebajas (de las sales en modo british) y lo sabía. Pero no por ello iba a renunciar a ellas, ni a las unas ni a las otras, se haría con todas. Y es que con el tiempo había desarrollado cierta pereza a la antes tan disfrutada experiencia del shopping, sería por la pandemia, por la falta de tiempo o porque se hacía mayor ¡a saber! pero no disfrutaba saltando de tienda en tienda como antaño en cambio cuando llegaban las rebajas sí volvía a encontrarse con aquel antiguo disfrute y no porque le gustaran los saldos sino porque era entonces cuando su siempre admirado y siempre deseado Adolfo Domínguez partía sus precios por la mitad y su armario ganaba algún vestido o alguna blusa de un diseñador al que admiraba sobre todos los demás por su creatividad, por sus cortes, por sus colores y, sobre todo, por sus maravillosos tejidos. Azul eléctrico, ese había sido el color al que se le habían ido los ojos y las manos: un color vivo y vibrante, favorecedor a rabiar, manga francesa y de cuerpo amplio pero ceñido a la cadera... y no lo había visto en la web ¿conclusión? no solo de compras on line vive un fondo de armario…
Claro que tras visitar a su querido Adolfo Domínguez habiéndose hecho, además, con una de sus creaciones, el peligro era el siguiente paso porque una vez en la calle, con la mascarilla a mano cuando no puesta, calzado cómodo e intenciones de shopping a medio satisfacer… cualquier cosa podía pasar; frente a Adolfo Domínguez estaba Roberto Verino y Desigual poco más allá por no hablar de Alma en Pena y sus maravillosas sandalias…
Llegó a casa con algún tesoro más de lo esperado pero ¿por qué no? tras más de un año de confinamiento tres días sí y uno tal vez, de no tener ni un triste evento que vivir ni un encuentro con amigos para brindar por la alegría de verse, una vida escueta y recogida que la había desanimado a la hora de pintarse el ojo, ponerse en tacón y no digamos ya de darse al shopping, se lo merecía. Se merecía un capricho (y quien dice uno dice un par… o un par de pares). Se merecía echarse al cuerpo algo bonito para volver a las calles en cuanto tuviese ya la pauta completa de vacunación, faltaba poco.
Se rió de si misma cuando se dejó caer el sofá con sus bolsas todavía en las manos y es que su plan de sales de compras para acabar con las sales de baño no había resultado ser un plan sin fisuras, estaba tan cansada que el mero hecho de pensar en llenar la bañera y jugar con los botes de las sales hasta dar con el aroma deseado le parecía uno de los trabajos de Hércules. He ahí otro de los efectos de la pandemia. No es que no estuviera en forma es que no estaba ni para una tarde de shopping…
Pero a pesar de todo se sentía bien, sabía que su cansancio desaparecería con una buena noche de descanso y que la vuelta a la vida de calle y paseo, a las rutinas buenas, haría volver también algo del tono muscular perdido. Siempre había sido más de mirar hacia delante que de echar la vista atrás y ahora, aun cuidándose muy mucho de dar por vencida la pandemia, veía luz y vida por delante en lugar del túnel húmedo y oscuro por el que se había sentido transitar en los últimos meses.
¿Volvería la vida a ser como había sido? ¿Se darían cuenta las gentes del mundo occidental de tanto bueno como habían aportado al mundo, de todo el progreso individual y social que habían firmado a lo largo y ancho de la historia? ¿o pasado el miedo volverían a agitar los fantasmas de los errores pasados en lugar de salvar de la quema lo bueno, enaltecerlo e incluso mejorarlo? Decidió no ver las noticias aquella noche, quedarse consigo misma y su cansancio disfrutando de un buen libro para que la realidad no le destrozase las sensaciones bellas cuando no eran todavía más que pequeños brotes.