Quijote.

Érase una vez la historia de un niño que descubrió, en un relato contado para dormir, como Don Quijote defendió al mundo... luchando contra molinos gigantes.

Era domingo y a los niños poco les importaba que sus padres tuviesen que madrugar al día siguiente para trabajar el uno y teletrabajar la otra, ellos estaban incluso más inquietos  y revueltos de lo normal porque se había acabado el tele-cole, habían sacado buenas notas y estaban ya, oficialmente, de vacaciones.

¡Un cuento! ¡un cuento!– gritaba el más pequeño –¡venga ya!– se quejaba su hermano mayor… el problema para él era que, con la pandemia y el confinamiento, sus padres habían reconvertido una de las habitaciones en un despacho y a él le tocaba compartir dormitorio con su hermano, algo que pensó acabaría con la nueva normalidad pero que iba a tener que soportar, al menos, hasta pasado el verano porque su madre seguiría tele trabajando al menos hasta entonces.

Su madre se fijó entonces en la versión del Quijote para jóvenes lectores que tenía sobre la cama el hermano mayor y decidió ‘inventarse un cuento’ –¿has llegado a la escena de los molinos de viento?– preguntó al mayor de los niños –¡síiiii!– respondió riendo el jovenzuelo –está como una cabra Don Alonso– su madre sonrió también y, sin haberlo preparado y a dos voces, contaron al pequeño de la cada cómo había sido la aventura de Don Quijote con los molinos de viento.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran.

Las risas llenaban la casa y la habitación entera –¡vaya caballero chalado!– decía el más pequeño de los niños –y eso que no sabes lo que llevaba en la cabeza en lugar de una armadura…– le decía su hermano mayor; fue entonces cuando algo se cruzó por la mente del pequeño, pegó un bote en la cama diciendo con rostro pensativo –a ver, un momento-; su madre le prestó entonces toda la atención porque conocía bien esa expresión en la carita de su hijo: –entonces esos que hemos visto en la tele que atacaban estatuas… ¿son todos como quijotes?-.

A su madre la asociación le pareció magnífica y, por si había alguna duda de que lo era, fue su hijo mayor quien completó el cuadro -pues sí- dijo –porque han atacado incluso la estatua de Cervantes, que es el señor que escribió esta historia y que encima estuvo de esclavo el tío… y que se quedó manco en una batalla… y encima van y le atacan la estatua ¡son más malos que quijotes! por lo menos Don Alonso estaba loco de verdad…-.

Bueno, bueno– dijo el pequeño con bastante convicción –pero es que entre el Quijote loco ese y Sancho Panza montado en borrico… yo a lo mejor también prefiero ser Quijote eh!-.

Comenzaron a volar cojines y almohadas por la habitación… y la madre de los dos Quijotes que se divertían en la habitación tomó buena nota de la importancia de hablarles más de ética y estética…



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