Pompas de jabón.

Todos vivimos a merced de los vientos, afrontándolos, enfrentándolos, uniéndonos a ellos…

Una velada al año, ese era el deseo de sus padres, una velada en la que las ausencias eran difícilmente perdonadas; él había cometido varias aunque sabía que habérselas ahorrado hubiera servido de poco, su padre nunca le perdonaría su ansia continua y constante de libertad y vida, su forma y modo de beberse el mundo a grandes tragos sin pensar poco más allá del día siguiente.

Se sorprendió sintiendo desvanecerse la pereza y nacer las ganas e incluso la ilusión por aquella velada, quería ver a sus padres a pesar de sus desencuentros, a sus hermanos a pesar del mundo de diferencias que los separaba y a su hermana, la loca, contestataria e irreverente que se convirtió, sin que él se diera apenas cuenta, en la mujer perfecta de un perfecto francés en un perfecto chateau… su boda había sido la última ocasión en que habían estado todos juntos y no era para él un bonito recuerdo… había ido solo, fuera en un tiempo oscuro para él… pero ahora lucía el sol en las calles y en su vida, era un día perfecto para la velada de familia.

Caminaron el último trecho de calle, ella mirando olímpicamente, él desmelenado, antes de adentrarse en el jardín de la casa en el que todo parecía ya dispuesto; vio el reproche cansado en los ojos de su padre y también una mal disimulada alegría, no así el inmenso abrazo que le dedicó a ella mientras él besaba el rostro de su madre y sentía sus manos de cuento en las suyas; sabían que había regresado a Madrid tras ella y que por ella seguí allí, la alegría en los ojos de su padre se transformaba en agradecimiento y esperanza en los de su madre, gracias por un regreso y esperanza porque no fuera seguido de una nueva partida.

Su pequeña y querida hermana llegó precedida por una oronda barriga – más vale que te hayas reformado – le advirtió – no quiero un padrino descabellado y loco y no quiero más padrino que tú – la abrazó entre risas, jurando y perjurando ser un tipo formal, serio y con la cabeza bien atornillada a los hombros… a pesar de sus calcetines.

Tras una cena agradable y deliciosa se acomodaron en el jardín, uno en una tumbona, otro sobre el césped, aquel en el columpio… compartieron brindis y risas, promesas de verse antes de un año, sueños cumplidos y anhelos que alcanzar… Ella se separó discretamente del grupo dejando a los hermanos disfrutar de su fraternal encuentro y se acomodó en un rincón cerca de los más pequeños…

La más pequeña de la familia estaba, sentada sobre el césped jugando con un pompero, soplaba a veces fuerte, otras suave y veía volar las pompas hasta que se desvanecían en el aire o la brisa las alejaba… ella se perdió en las pompas y su breve vagar sobre el jardín.

Así son las vidas, pensaba, unos segundos más breves unas que otras pero todas escasas, y así somos, unos vuelan alto, simulan rendirse al viento y su aroma y se elevan en él hasta el fin de sus días,  otros permanecen a ras del suelo, anclados a una realidad que antaño parecía firme y ahora se siente incierta… pero en realidad todos vivimos a merced de los vientos, afrontándolos, enfrentándolos, uniéndonos a ellos… sintiéndolos siempre en la piel y en el alma…

Sintió un viento fresco y vivo en su abrazo, viento de vida y futuro, de sueños cumplidos y tiempos felices – ¿habrá boda pronto? – preguntó el perfecto hermano mayor con su voz engolada y envuelta, queriendo hacer una gracia absurda… Él sonrió reconociéndole el esfuerzo a pesar de lo simple y llano de la pregunta – la cosa es – respondió dedicándole a ella una profunda mirada – que lo más que he conseguido es que acepte no casarse conmigo para el resto de su vida – fue ella entonces que lo miró hasta el alma en un gesto de amor

Su hermano no encontraba la gracia a la respuesta, mucho menos el sentido, aun a pesar de las sonrisas de aquí y de allá… y de la imperial copa de su padre en alto brindando, por primera vez que ninguno de los presentes pudiera recordar, por el futuro del menor de sus hijos… brindis que, para sorpresa, asombro y emoción general, terminó jocosamente – hijo – dijo refiriéndose al mayor, al que intentaba todavía entender aquello de no casarse para el resto de su vida – tienes que ir más al cine.

Life Looks Good



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