Cuento: Playa.
Playa. Arena y mar. La belleza de lo natural, lo sencillo...
Sentía una profunda sensibilidad hacia los lugares, sus recuerdos más intensos estaban perfectamente ubicados en el espacio, más incluso que en el tiempo, hasta el punto en el que había lugares que se habían hecho a sus emociones de tal modo que eran ellas más que ellos mismos. La playa era uno de esos lugares vivos a los que llegar era como llegar a sí misma…
Pisar la arena cálida y sentir el aire salado en su rostro relajaba todas las tensiones de su vida, borraba de su espectro todo aquello que tendía a dispersarla y dejaba sola ante sí misma desnuda de todo lo que no era esencia.
Aquel domingo no era diferente en eso, el sol brillaba en lo más alto y el bullicio en la playa era el propio de un domingo de julio; niños correteando del agua a la arena cargando cubos y palas, más niños buscando y recogiendo conchas, gente cargando tablas de surf hacia un mar sutilmente enfurecido, más gente caminando por la orilla, de punta a punta de una playa que acogía a quien quiera que se animara a pisarla.
Se recordaba como las pequeñas croquetas que intentaban construir castillos, como los adolescentes que jugaban a las palas y también como los que recorrían la playa en encendidas conversaciones que, estaba segura, versarían acerca de amoríos de verano que a duras penas llegarían al otoño; y se imaginaba como la abuela que se acercaba entonces al mar para que éste lanzara sus olas sobre sus pies, no se atrevería a adentrarse más pero ese pequeño atrevimiento era ya todo un triunfo.
Se sentó al borde del mar y acarició la arena blanca dejando que se colara entre sus dedos hasta volver a integrarse de nuevo en el arenal al que pertenecía, sintió como el mar alcanzaba a acariciar sus pies pero no se movió, la frialdad del agua la despertaba…
Se fijó entonces uen una pequeña que no levantaba más que unos palmos del suelo, la vio acercarse al agua con los manguitos puestos y una burbuja sujeta a su espalda, parecía imposible que pudiera controlar su cuerpo con aquellos artilugios limitando sus movimientos pero ella no parecía darse cuenta de ello; iba paso a paso hacia adelante, caía al suelo como un fardo y, sin aceptar la mano que le tendía su padre, se levantaba de nuevo y seguía caminando.
La pequeña llegó al mar y su risa se oía por encima del sonido de las olas al romper sobre la arena mientras se dejaba tirar por el mar y se levantaba con gran rapidez con la ayuda de sus accesorios para flotar; recordó entonces a Amelia, ‘los miedos son tigres de papel. Puedes hacer cualquier cosa que decidas hacer‘; pensó que aquella niña era, sin saberlo, una pequeña Amelia y se dio cuenta de que del mismo modo que la inocencia y la inconsciencia jugaban a favor de la pequeña, el tesón y el coraje lo hacían a favor de quienes había dejado atrás la niñez y sus ventajas… siempre que se atreviesen a usarlas.