Pasearse.

Pasearse las tiendas de una en una o de mil en mil, descubriendo nuevos rincones

Aquella mañana había amanecido perezosa y ni tan siquiera el brillo del sol lograba ejercer el influjo apasionado y optimista que solía…

Claro que el asunto iba a estar en la primavera, en las vueltas y revueltas del clima, del frío al calor y viceversa, que habría descontrolado por completo su cuerpo y sus intenciones para con la vida.

Se obligó a pisar la calle, a sentir los rayos del sol sobre su rostro, a vivir el bullicio, el ruido… todo lo que una gran ciudad tiene de bueno y malo para ofrecer y decidió que aquella mañana iba a probar la técnica más extendida entre las de su sexo para elevar el ánimo por siempre jamás… una sesión de shopping.

Tras dos horas de escaparate en escaparate y de tienda en tienda, se sentía como si su vida se hubiese transformado bajo sus zapatos y ella estuviese de más, porque los noes a tanto como le ofrecían se iban sucediendo…

Cabe que fuera por su estado de ánimo apagado, por su particular gusto o incluso por casualidad pero no hacía más que huir de los estilos vanguardistas y atrevidos, de las propuestas más coloristas, de lo más sport… y se limitaba a saltar de escaparate en escaparate en busca de un encanto y una magia que parecía impropio de los atuendos de hoy en día.

Se imaginó lejos, mirando al mar desde un descapoble azul y le bastó esa imagen para que su imaginación levantara el vuelo, se elevara y comenzara a desperezarse su intención…. se pintó en Dior y vistió en Thename sin perder de vista a Adolfo Domínguez porque se enamoró de la simplicidad de sus líneas y de su azul más dulce; rindió su gusto, su interior y su cuerpo entero a ese color, jugándoselo todo a él porque, al fin y al cabo, el azul era siempre el color del verano.

Los zapatos le ofrecieron alguna duda más que los tejidos aunque no fuese más que por aquello de conjugar la soberbia elegancia de un buen tacón con soportarlo durante horas… y no pudo resistirse a Jimmy Choo.

Se sorprendió mirando sus bolsas y preguntánse qué había ocurrido, qué locura se había hecho con sus ganas hasta el punto de elevar su humor con tres recortes y un zapato.

Al regresar a casa recurrió a su agenda de notas para apuntarse una: el shopping, como terapia, funciona…

Y volvió a sonreirse al tiempo que se probaba sus nuevas ropas en la intimidad de su habitación, guardando la tristeza en el azul y luciendo sonrisa de estreno.



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